Por Adriana Derosa.

Una obra oportuna. La dramaturga Adriana Tursi no la escribió ahora, pero viene tan a cuento en este momento. Ahora digo, que se nos dio por revisar las ideas del siglo XIX como si fueran nuevas. Ahora que los bordes de las palabras civilización y barbarie se vuelven a definir, cuando son las cuestiones que ya pusieron los intereses nacionales de un lado y del otro de una línea con motivaciones más económicas que culturales. De una manera u otra, las ideas de superioridad y marginación esconden siempre una forma de saqueo.

  • Esta apuesta llegó durante cuatro días de esta semana a la sala del centro cultural Cuatro Elementos, de calle Alberti 2746. Bajo la dirección de Tatiana Santana, el elenco está conformado por Jaru Keselman, Julieta Coria, Mariano Fernández, María Rosa Frega, Lalo Moro, Silvina Muzzanti, Sebastián Pajoni y Junior Pisani.

Son tiempos de Sarmiento y la ley 1420 de educación obligatoria, lo que ha obligado a importar maestras de Estados Unidos, que vendrían no sólo a enseñar, sino también a formar a jóvenes mujeres criollas que se harían luego cargo de la instrucción primaria. El resultado no fue el esperado, no sólo porque la iglesia pretendía continuar con el monopolio de la alfabetización, siempre selectiva, sino además porque el proyecto de profesionalización de las señoritas era todo un escándalo para la mirada patriarcal y conservadora.

Aquí, la acción se desarrolla en dos planos simultáneos: una familia del interior ha prestado su casa para que oficie de escuela, y pretende protagonizar una avanzada de la civilización, con las ventajas que le significará. La caricatura de Sarmiento en la pizarra nos habla de la falsedad de los discursos que se esconden detrás de una supuesta democratización de la enseñanza, cuando en realidad todos bregan por sus propias ventajas.

Por otra parte, la autenticidad de las dos jovencitas, Amanda y Clara, que ven en las maestras la condensación del único modelo que -en esos años- podía permitir a una mujer salirse del rol doméstico, del matrimonio obligado, y de la prisión de un desierto pampeano con pocas oportunidades de conocer la modernidad. Encima, “las misses” se ponen pantalones, y disputan aún más el poder masculino en una sociedad que no tiene lugar para que las alumnas mujeres se apropien de su propia corporalidad y tomen decisiones al respecto.

La puesta es dinámica, aprovecha todas las dimensiones de la sala para lograr una profundidad en los movimientos. Hay una escenografía sencilla, pero suficiente para recrear la atmósfera de la época y las funciones de la escuela: fue diseñada por Alejandro Mateo.

La última función será hoy a las 22: una oportunidad para volver a pensar en la matriz de formación de una argentinidad que parece siempre presa de los mismos embaucadores. Volver a pensar también en las posibilidades del saber como único camino para no quedarse encerrado en el desierto, aunque siempre haya una condena bíblica para las mujeres que encuentran en los libros un modo de ganarse la vida. Maldita Eva y su manzana de la sabiduría, que vino a arruinarles el paraíso.