Por Adriana Derosa

“El teatro debería ser una oportunidad para gritarnos las verdades a la cara” dice la obra de Emiliano Dionisi que interpreta Roberto Peloni en la sala Piazzolla del complejo teatral Auditórium. Nos dice que deberíamos salir de allí conmocionados, sin palabras, abrumados por todo aquello que hubiera golpeado nuestra apreciación estética o nuestra comprensión de los mundos posibles.

Y a mí vaya que me ha conmocionado: estos cien minutos de unipersonal corrido me han sacudido los archivos de ideas prefiguradas, y de algunos criterios con los que -casi por oficio- puedo abordar una obra teatral que quiero acercar a los lectores (¿un unipersonal en un escenario enorme? ¿un unipersonal tan largo? Todo se responde que sí)

La platea completa también se sacude, porque el público no sólo ríe, atiende a cada movimiento, cuestiona, se cuestiona, sino que aun aquellos que jamás hubieran leído o visto las obras teatrales que aquí se mencionan, cuyos personajes se ejecutan, ahora se conmueven como espectadores noveles de eso que el texto llama “El milagro”. Peloni nos llevó a todos a recorrer un sendero de maravillas que tenía preparado en el doblez de la manga.

La explicación es sencilla: Peloni interpreta a Beto, actor de un elenco oficial que a su vez recorre con naturalidad los roles de personajes de “La tempestad” y “Hamlet” de Shakespeare, de “Antígona” de Sófocles, y también fragmentos de otras obras clásicas. Busca y rebusca en los textos subrayando casi un tópico trágico: el impostor, la impostura, la posición de quien ejerce un rol que no le corresponde. Allí se detiene y saborea. Porque en esta obra, dirigida por el mismo Dionisi autor, hay una puesta en duda de los límites entre la realidad y la ficción, pero no a la manera esperada: aquí es la realidad la que irrumpe en la ficción, la contamina y la degrada hasta generar El Brote.

El brote es todo: es el derrapar de aquel que de pronto pierde el control de su conducta hasta cometer un delito, pero también es la semilla que genera el tallo verde en medio de la tierra muerta. El teatro que brota en las circunstancias más atroces y convierte las flores de plástico en jardines de palacio o las perlas recicladas en joyas de la corona.

“El brote” es una lección de teatro: puede hacer que un espectador casual se convierta en un lector que se anime a curiosear estos textos clásicos, porque los ha visto hacerse realidad en la escena.

La escenografía de Micaela Sleigh tiene la contundencia de lo simple, y el diseño de luces de Agnese Lozupone logra recortar el escenario a su gusto.

Despojado de artilugios, alguien te envuelve con pura actuación, cuando interpreta no sólo a esos personajes conocidos sino a los actores que encarnaron a aquellos personajes, a su vez parafraseados por Beto actor. Te abraza y te abrasa. Te hace desear volver al día siguiente. Ese es el milagro del teatro: en medio de la miseria humana, es la fuerza que brota por los poros del espectador que, como un niño que asiste a un espectáculo por primera vez, no olvidará jamás el sortilegio de la escena.