Ahora que Argentina consumó el primer objetivo en una auspiciosa parábola de menos a más; ahora que se ha recuperado una velocidad crucero similar a la que había cuando la Selección llegó a Qatar, pues ahora es tiempo de desandar las huellas y sostener la humildad primordial.

Ahora, dicho de otro modo, es tiempo de volver a Arabia.

De repasar la lección desaprobada de forma inusitada en un debut que, escrito está, ya consta entre los papelones mayúsculos de la Selección Argentina en la historia de los Mundiales.

¿Repasar la lección del debut?

¿Qué se propone ? ¿Un ejercicio de auto flagelación?

¿Masoquismo en medio del culminante cielo de la alegría?

No: lo que se propone, si algo hubiera que proponer, es recordar que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y los equipos de fútbol también. Y también las selecciones en los Mundiales.

Y que la alegría, en todo caso, circule en el plantel menos como trampa de final de fiesta que como plato cotidiano que ayude a llegar bien alimentados a las citas de gala.

Y que la alegría y los fuegos artificiales de los más floridos sueños sean sobremanera una dispensa de los hinchas, de los futboleros de a pie, estén en Qatar, a la vuelta del Obelisco, en La Quiaca o en Ushuaia.

Se dirá, no sin asidero, no sin el peso de una deducción certera, que en el solo hecho de haberse sacado de encima el ultimátum que portaban los mexicanos y en el soberano baile propinado a los polacos ya se dejaron ver en toda su dimensión los frutos de la mano del cuerpo técnico y el mea culpa de los propios futbolistas.

En efecto: que de esa refundación, entonces, emane una tensión competitiva, una estabilidad emocional y una soltura acordes con lo promisorio de lo que se avecina.

Se viene de jugar un partido excepcional que invitó a hurgar en el arcón de los recuerdos: ¿cuánto hacía que una selección argentina no vapuleaba en un Mundial a un adversario europeo que además cuenta con un delantero de elite?

Va de suyo que la Selección se ha ganado el guiño de los cruces.

El griego Aristóteles no sabía nada de fútbol, pero sí de la sabiduría del mero vivir: reconocer el valor de la oportunidad, aconsejaba.

 

por Walter Vargas