Para los que creen que Mar del Plata es un balconcito por el que se asoma la temporada teatral de verano, como exhibidor de la actividad incidental para tal fin, resulta que las salas siguen abiertas todo el año, y el teatro de la ciudad sigue en plena actividad.

Por ejemplo, continúa en cartel la obra de Marcelo Marán, “La profunda naturaleza del animal”, una propuesta que ya ha sido probada en varias puestas anteriores, ahora dirigida por Marcelo Cañete, con las actuaciones de Sergio Manuel Fernández y Julio Escar.

La cuestión que se dirime en primer plano es saber qué es lo que mantiene trabada la calesita, porque solamente así será posible hacerla girar nuevamente. Dos personajes habitan un ambiente desolado, con la misión de volver a hacer girar el eje del elemento que podría otorgarles una posibilidad de sobrevivir a la angustiante situación que los invade. La calesita ya no gira, ni con la misma tracción a sangre que supo tener, ni con un motor que la supla. No gira, y la inmovilidad amenaza con detener la vida misma.

Los personajes indagan en las causas de su desgracia, en la historia de su relación, pero más aún en la soledad de la condición humana. Este “para qué carajo filosófico” del que habla el autor, increpa al espectador y lo lleva a cuestionarse profundamente sobre el sentido de los que hacemos. ¿Para qué, entonces, hacemos girar la calesita que se lleva la vida en el esfuerzo? ¿Quién lo hará si no lo hacemos? ¿Qué ganaremos con eso? ¿Quién será el burro de carga? ¿Quién, acaso, si es posible, merecería serlo?

La puesta es austera y suficiente. Los dos actores encarnan los personajes contrapuestos, que polarizan el conocimiento y la ignorancia, la iniciativa y la pasividad, sobre el fondo de una historia familiar escamoteada y oscura que parece dar sentido a la fuerza dramática.

Todos en sus puestos. Todos trabajando. Los actores marplatenses, los directores y dramaturgos locales siguen sumando esfuerzos para hacer girar la noria que traiga a la ciudad el agua de la cultura que le es propia. Los dueños de los centros culturales abren las puertas. Completemos la escena ocupando nuestro sitio en las butacas.

Adriana Derosa