Por Adriana Derosa.

Una obra de teatro inspirada en el circo, con texto, puesta en escena y dirección general de Manuel Santos Iñurrieta, en el que actúan Mario Carneglia, Guillermina Miravé y Facundo Mosquera, con música original de Claudio Solino. Le cuento.

Tuve la suerte de asistir al estreno, una función especial que se llevó a cabo en la carpa del Circo La Audacia, que para cualquier marplatense es un símbolo, no sólo de la trayectoria profesional de los artistas de circo, sino de la resistencia, del empecinamiento en trabajar y presentarse ante un público fiel y permanente, a pesar de la desidia de los estamentos culturales de esta ciudad, que se han empeñado en ignorarlos. Lejos de asistir la actividad autogestiva, la cultura local no ha hecho más que ponerle palos en la rueda a una iniciativa privada que atravesó crisis, desalojos, pandemia mundial y demás plagas.

La obra no cuenta la historia del circo La Audacia: cuenta la historia de unos artistas de circo particulares. Pero verla en ese ámbito, sentados en las gradas y con los protagonistas en un picadero de verdad, verla con las paredes de lona y las cuerdas que día tras día hacen de resguardo al circo verdadero, sumó emoción y magia.

Hablamos de tres personajes de un circo argentino que no se confunde con ningún otro: unos seres entrañables que atraviesan las etapas de nuestra historia y padecen los avatares de la realidad vernácula. Cada uno de ellos tiene una especificidad, pero trabaja a ritmo con los demás  y respira a la par del equipó. Ella es Dulcinea, la domadora de caballos que hace pestañear las luces, Carneglia es Héctor, el fiel: un enano que ha logrado entrar a trabajar al circo a fuerza de persistir. Y Mosquera, el alma de La Audacia, que interpreta aquí la tercera pata de este artefacto humorístico: enamorado de Dulcinea y ágil en el trapecio.

Los tres personajes hacen planes, diseñan un futuro difícil de prever, y crean sus próximos proyectos en la calma de una arena circular que los contiene. No hay apuro en este diseño de ensoñación: podrían ser los personajes de Don Quijote,  podrían evocar a Juan Moreira. Podrían llevar adelante cada una de las ideas que vienen a sus mentes, a la vez que ponen en evidencia el artesonado de la ficción y lo desenvuelven a la vista del público. Son tres que son uno: se tratan amorosamente y se cuidan del abandono y la desesperanza. Se hablan y hablan a los demás de los aconteceres de una historia que no ha cuidado a ellos.

Los gags son explosivos. El humor es sencillo y absurdo por momentos. Hay un clima de magia y teatralidad que pone al espectador a gusto, en una obra teatral afable. Las próximas funciones serán en la sala de Cuatro Elementos, de acalle Alberti. Ojalá los espíritus del circo acompañen esta empresa trabajosa de contar la historia de la mano de Los Internacionales Teatro Ensamble. Ahora que ya no sabremos si nuestra tarea de contar historias desde los escenarios realmente tendrá un futuro, puesto que hay tanto funcionario empeñado en quitarle al arte hasta el último resto de aire. El alma de la Cebra Raúl, de seguro, sobrevuela la arena.