Una trama macabra que no fue escuchada a tiempo.
«¡Qué grandote que sos, debés tener fuerza!». Incómodo, el jardinero Miguel Alejandro Pereyra recibió el halago de su patrón, Ricardo Ignacio Baladía, un escribano de 56 años, soltero, quien lo había contratado para cortar el pasto y dejar en condiciones un terreno de la calle Tucumán 1534, en Castelar, en Buenos Aires, que había heredado de sus abuelos y estaba abandonado.
Pereyra (41) vivía con su esposa y sus cuatro hijos (de entre 6 y 15 años) en Villa Tesei (Hurlingham), aunque era de Castelar, al igual que sus seis hermanos (tres mujeres y tres varones).
Allí y en Morón se ofrecía casa por casa con su chango de supermercado cargado de herramientas.
Se las rebuscaba para hacer de todo: tareas de jardinería, de mantenimiento, pintura, electricidad, plomería y albañilería.
Miguel era corpulento. Medía 1,80 metros y tenía calle, algunas peleas encima.
Por eso su familia no entiende cómo Baladía, un hombre de físico menudo, logró matarlo solo, armado con un cuchillo. La herida mortal fue en el corazón.
Con un hacha y una sierra, el asesino descuartizó el cuerpo en su escribanía, en Almirante Brown 1085 (Morón).
Uno de sus hermanos lo reconocería por una foto del torso, donde tenía tatuado el nombre de uno de sus hijos, Franco.
Miguel Alejandro Pereyra (41), el jardinero asesinado y descuartizado por un escribano.
Eran las 21 del miércoles 13 de mayo cuando un vigilador vio el BMW 528 plateado, modelo ’98 (patente CRE834), parado a la vera del Río Luján, en una zona de parrillas y lugares familiares de esparcimiento, a 50 metros de la Basílica.
El hombre avisó a la Secretaría de Seguridad, que llamó al 911.

La detención de Ricardo Baladía.
Las fuentes consultadas por este diario lo confirmaron, aunque como la causa está bajo secreto de sumario y las partes no pudieron acceder al expediente, todavía no se pudo precisar cuándo ni cuánto tiempo estuvo en el Hogar San Juan de Dios, en Luján. Por lo pronto, el abogado de la familia de Pereyra, Pablo Lamoglia, pidió el secuestro de su historia clínica.
Al detenerlo, le encontraron 21.700 dólares y el DNI de la víctima. Baladía tenía en su propiedad una colección de cuchillos y armas de fuego. Practicaba tiro en un polígono.
Su mamá, Martha Sánchez (87), fue una escribana muy conocida y respetada de Morón. Está en un geriátrico. Su papá, Norberto, tiene 87 años y es una persona activa y lúcida. A tal punto que decidió cambiar de abogado, y también de estrategia: la prioridad ahora no es demostrar una supuesta insania que haría inimputable a su hijo, sino tratar de ir por un exceso en la legítima defensa en medio de un presunto robo.
Según se supo, Rómulo López le dejó su lugar a Luis Victorio Rappazzo (72), con casi medio siglo de experiencia recorriendo tribunales, quien ya se opuso a que su cliente sea sometido a una pericia psiquiátrica.
El 13 de junio vence el plazo para que la UFI N° 10 Descentralizada de Luján pida la prisión preventiva del acusado, aunque podrían agravarle la calificación. El juez de Garantías N° 1 de Mercedes, Marcelo Enrique Romero, debe resolver en cinco días.
La víctima llevaba más de un año trabajando con el escribano. Había empezado en enero de 2019. Su esposa Verónica al poco tiempo se sumó, haciendo tareas de limpieza. A ella también le hizo alguna insinuación sexual. Hasta que Baladía los acusó por robo. Habló de dos relojes, de 50 mil dólares. Los denunció en noviembre, pero pasó el tiempo y el escribano volvió a llamar a Pereyra.
«Les regaló juguetes a sus hijos, a modo de disculpa», dice Anabella Pereyra, hermana del jardinero, que cumplió 40 años el mismo día del crimen. «Ese día, Miguel había estado peleando con mi cuñada, porque ella no quería que volviera a trabajar con él», aseguró.
Paola Pereyra (45), otra de sus hermanas, acota: «Miguel hacía tareas de mantenimiento, lavaba los autos en la puerta de Tucumán 1534, donde hay una remisería enfrente y ahora nadie lo conoce».
Baladía era generoso con quienes pedían ayuda en la calle. Solía darles trabajo y llevarlos a comer a una pizzería de la zona. Para cuando Miguel cumplió 41 años, el 22 de octubre, le dio 2.000 pesos para hacer un asado.
El lunes 11 de mayo, a la tarde, lo pasó a buscar por la casa de una de sus hermanas para que lo ayudara a bajar unas cajas en el terreno de la calle Tucumán, donde hay una casa pequeña. Fue una changa rápida, a los 20 minutos volvió.
El frente del domicilio del escribano Ricardo Baladía. Foto Juan Manuel Foglia.
Las alertas que no escuchó
«La noche de mi cumpleaños, el escribano lo pasó a buscar por mi casa. Miguel había estado peleando con mi cuñada, porque él había aceptado volver trabajar con él», recuerda Anabella sobre aquel fatídico martes 12 de mayo.
«No quiero verte con ese tipo. No quiero que estés cerca», le advirtió Verónica.
«No pasa nada, ¿qué va a pasar?», le respondió el jardinero.
Pero Pereyra no quería dejar pasar la oportunidad de tener ingresos en una época complicada por la pandemia de coronavirus?.
La sobrina de Miguel, de 12 años, observó por la ventana cuando se iba, a las diez de la noche.
Cuando Pereyra no apareció por su casa, su esposa pensó que estaba enojada con ella y se había quedado a dormir en Castelar. Pero no, a esa altura, Baladía ya lo había asesinado y descuartizado.
«Es prácticamente imposible que pueda haberlo matado solo. El único consuelo que nos queda es que lo encontraron en el momento justo, quizás nunca íbamos a saber», se resigna Anabella.
A las nueve de la mañana del jueves, la Policía se presentó en la casa de Paola, ya que Miguel todavía tenía su domicilio anterior en el DNI. «Para nosotros había tenido un accidente, algo grave, pero nunca nos dijeron», comenta la mujer.
Miguel había estado unos días detenido en 2005, acusado de «hurto simple en grado de tentativa y violación de domicilio», en una investigación que estuvo a cargo de la UFI N° 2 de Morón.
El martes 26 pudieron sepultarlo en el cementerio de Morón. «Fue tremendo, no hubo ceremonia, nada, pero mi mamá quería despedirse», señala Anabella. Y coincide con Paola: «El escribano planificó todo. Queremos que esté preso y que no salga más. Que le den perpetua».
La causa está caratulada «homicidio simple», un delito para el cual el Código Penal estipula una pena de 8 a 25 años. Baladía fue alojado en la comisaría primera de Luján y luego trasladado a Suipacha.
El abogado de los Pereyra pidió varias medidas: acceso a la causa o copia digital, las filmaciones de las cámaras de seguridad de la calle Tucumán 1534, las filmaciones del bingo de Morón (queda en la misma cuadra de la escribanía), la ampliación de la declaración testimonial de la familia y que citen a declarar al director médico y a los profesionales del Hogar San Juan de Dios.
Tras la autopsia, los forenses le dijeron a la fiscal Mariana Virginia Suárez que les llamó la atención la cantidad de lesiones post mortem detectadas en el cuerpo del jardinero y consideraron el hecho como una obra «morbosa», que demuestra «odio» y que es producto de «una mente perturbada».
NA