Por Adriana Derosa

Qué verano intenso. Las programaciones de los centros culturales son intrincadas grillas marcadas por la superabundancia. Muchísimos espectáculos por sala, y no hay más remedio que optar, a veces guiados por las preferencias. Otras, por el azar. Hay más de lo que se puede ver. Hay espectáculos distintivos, y hay propuestas únicas.

El Recuerdadero – por ejemplo- es una obra de Diego García Lorente, dirigida por Héctor Martiarena, e interpretada por Enrique Baigol, Gabriela Benedetti y el autor mismo. Cuenta la historia de un escritor anciano, Kraus Kosta, que atraviesa la última etapa de su vida en la ruina económica, acompañado por una mujer cuidadora, Karmina. Vender el relato de su biografía podría ser una salida económica para el mediano plazo, pero para conseguirlo debe encontrar la materia prima para el trabajo de Gómez, el biógrafo de la editorial.

El espacio escénico es despojado, y se construye con un dispositivo escenográfico que delimita subespacios virtuales para cada personaje, y también para el espectador, que comienza allí a aceptar el verosímil, que hace hincapié en la teatralidad, en la ficción, en el como sí.

En ese ambiente comienzan a trazarse los personajes: la mujer teje, urde, trama algo. El biógrafo escribe, traza las líneas de un pasado que necesita confirmar. Está dispuesto a todo para hacerse de un botín sagrado que es el pasado.

Mientras tanto,  Kosta revuelve en su memoria para tratar de encontrar los retazos de una verdad fragmentaria de la que duda permanentemente: él mismo cuestiona la veracidad de aquellas imágenes que lo asaltan, y que podrían ser parte de su vida, pero también de sus novelas. Un esquema concéntrico donde las cajas chinas de la ficción se disputan el espacio de la verdad ante el espectador.

Destaco la actuación de Gabriela Benedetti, por solvencia y por mesura. Porque tiene un personaje delicado y sufriente, que hace deslizar entre sus manos con habilidad y con matices. Porque evoluciona en escena, y lleva la tensión hacia el desenlace manejando las riendas con firmeza.

Pero claro, también está El Director, que es el Recordador. Martiarena ocupa un lugar central en la platea, que simbólicamente se integra al espacio escénico. Apenas iluminado tiende los recuerdos a Kosta para que pueda seguir. Lo asiste en la tarea desde afuera, pero también le tiende la mano para que recorra el texto de la obra. Porque el personaje de Kraus está interpretado por Enrique Baigol, el maestro, que tiene 92 años, y sigue ejerciendo un oficio que le exige recordar una hora completa de textos.

Pero los 92 los tiene afuera del escenario: cuando pisa las tablas pone en juego la marca de la experiencia escénica, la potencia de quien fue el formador de la mitad de los actores locales, incluso de Héctor Martiarena, que amorosamente apunta texto desde la silla del director. Una historia que hace pensar que todos están donde deben.

A veces las artes de la interpretación nos conmueven más allá de la historia contada. Herzog filmó a Klaus Kinski jugando con una mariposa casual y logró una escena inolvidable. Y – claro- sigue habiendo muchas letras K. Los domingos en el Séptimo Fuego.