Por Norberto Galasso (*) 

Repasar hechos históricos implica revisar el contexto en el que se dieron. Y la Masacre de Trelew, hace 50 años, fue una de las peores páginas de nuestra historia. Se vivía una época compleja, luego del derrocamiento del gobierno de Arturo Illia en 1966.

De a poco había comenzado el enfrentamiento con los militares, con el gobierno de facto, y empieza a hacerse más que evidentemente con el “Cordobazo” en 1969, ese gran movimiento en el que prácticamente durante un día y medio el pueblo fue dueño de la ciudad de Córdoba.

“Rosariazos”, “Cordobazos”, “Mendozazos”. Se vivía el ingreso de la política armada de sectores juveniles, que constituían un permanente peligro para los militares, aunque con un poco de anarquismo, en cuanto a la concepción de creer que el atentado individual puede dar resultados políticos.

Recuerdo al viejo Arturo Jauretche: decía que “en la punta del fusil tiene que estar la política”, porque la política tiene que prevalecer. Pero, bueno, los enfrentamientos continuaban y en ese marco se produjo una represión muy fuerte, que dio lugar a que fueran detenidos en la cárcel de Rawson una cantidad importante de muchachos que se habían lanzado a la guerrilla contra el gobierno militar. Corría el año 1972.

El 15 de agosto arman una fuga, en principio, muy bien planificada. Pero un fallo en el plan hizo fracasar el escape masivo ya que nunca se presentaron en el lugar los camiones que debían trasladar a los que lograsen fugarse.

En total, fueron 25 los que lograron dejar el penal, entre ellos estaban seis figuras que eran los dirigentes principales de los movimientos guerrilleros, que en ese momento habían llegado a un acuerdo entre los que venían de la izquierda y los que venían del peronismo.

Lograron huir Mario Roberto Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna del Ejército Revolucionario del Pueblo; Fernando Vaca Narvaja con el nombre de Montoneros, y Marcos Osatinsky y Roberto Quieto, que eran de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Esos seis son los que más rápido pudieron huir del penal y llegaron a pasar a Chile, tras tomar un avión en el aeropuerto de Trelew. Los otros 19 llegaron cuando la aeronave ya había partido, por lo que decidieron controlar el aeropuerto esperando su oportunidad. Finalmente, son cercados por el Ejército y, ya sin opciones, tienen que entregarse. Son llevados a la Base Aeronaval Almirante Zar de Trelew, y allí son detenidos.

Es en este punto en que se despliega el odio oligárquico, el odio que todavía a veces reaparece con guillotinas en la Plaza de Mayo.

Les aplican la ley de fuga y una noche los sacan de la cárcel y prácticamente los fusilan. De los 19 detenidos, 16 caen bajo las balas represoras oligarcas.

Sería bueno mencionarlos, aunque sea rápidamente, para recordarlo porque, equivocados o no, esquivados en la metodología, forman parte de una lucha del pueblo: Carlos Astudillo, Rubén Pedro Bonnet, Eduardo Cappello, Mario Emilio Delfino, Alfredo Kohon, Susana Lesgart, José Ricardo Mena, Clarisa Lea Place, Miguel Ángel Polti, Mariano Pujadas, Carlos Alberto del Rey, María Angélica Sabelli, Humberto Suárez, Humberto Toschi, Alejandro Ulla y Ana María Villarreal de Santucho.

Los otros tres se zambullen dentro de sus celdas y allí son baleados, por lo que resultan heridos de mucha gravedad, pero no mueren, evitan el fusilamiento. Son: María Antonia Berger, Carlos Alberto Camps y Ricardo René Haidar.

Esto pasa a la historia como la “Masacre de Trelew”, y fue una de las más sanguinarias expresiones de la dictadura en toda su historia.

Recuerdo que la reacción del movimiento popular fue hacer una especie de velatorio en Avenida La Plata, cerca de Rivadavia, donde estaba la sede del Partido Justicialista. Llevaron allí tres féretros para hacer un velatorio en recuerdo de estos compañeros, pero la Infantería de Marina y la Policía Federal atacaron imprevistamente y se llevaron los féretros. Y un detalle que me viene a la memoria: Agustín Tosco estaba en la prisión de Rawson cuando se produjeron los hechos. Se le planteó el sumarse a la fuga, pero dijo que no, que no era conveniente y desistió del intento.

Lo que quedó es la memoria de estos 16 fusilados en Trelew, como una expresión de la mayor barbarie de nuestra historia, en momentos en que ya el pueblo, a través de movimientos populares que se daban en las principales ciudades, estaba creando las condiciones para que el general Lanusse se viera obligado a llegar a un acuerdo con Juan Domingo Perón y aceptar las elecciones del 11 de marzo de 1973.

Es por ello que al repasar las victorias de las causas populares, esta fecha debe recordarse siempre como un gran triunfo, más allá de las condiciones especiales en que se dio con respecto a la situación de la democracia popular previa a la llegada de Héctor Cámpora.

Después, la muerte de Perón en 1974 significó un duro golpe para el movimiento popular, con sucesos que producen una declinación del peronismo que todavía tiene sus expresiones en buena parte de su dirigencia, ya que confunde a veces, o confundió, macrismo con peronismo.

Pero queda esa historia de estos jóvenes que se jugaron la vida por una Argentina mejor.

 

(*) Historiador.