Por Adriana Derosa

Finalizado el mes de enero, ese que siempre prometió ser el golpe fuerte de la temporada estival, los referentes del teatro ya han sacado las conclusiones pertinentes. Ya saben claramente si este regreso a la actividad que tuvo el campanazo inicial el 30 de noviembre fue un hecho simbólico, o si estuvo cerca de lo que esperaban. ¿Esta experiencia de teatro protocolizado permitió que las personas que viven del quehacer cultural pudieran retomar su ritmo habitual?

En este estado de cosas, hablar de habitualidad parece una broma. Primero, porque los actores y músicos llegaron a esta fecha agobiados. Ya habían pasado por todas las instancias: la expectativa, el miedo, la adaptación a disminuir los gastos, la esperanza, en algunos casos los préstamos familiares o bancarios, hasta sacar a relucir un segundo oficio que no estuviera entre las actividades prohibidas, y más.

Llegada la reapertura, quien no conoce el entramado de necesidades del sector podría dar por sentado que el problema se resolvería, pero no fue así. Porque el mundo entero no lo ha hecho: porque la pandemia sigue y empeora, porque la enfermedad no se va, y porque aunque las vacunas comiencen a distribuirse, esto no mejorara en lo inmediato.

Mar del Plata puede hacer funciones de actividades escénicas de interpretación con determinadas condiciones: un 30% del afore completo, ventilación natural exterior y sin aire acondicionado ni ventilador de techo, extractores de aire de entrada y salida,

La directora teatral Viviana Ruiz, del centro Cultural El Séptimo Fuego, explicaba: “Todos estábamos convencides de que era un salvavidas de plomo tener que abrir con un aforo muy restringido, y una serie de medidas de seguridad que requerían una estructura específica. De manera que -desde la Red de Salas Teatrales de Mar del Plata, que somos 15- sólo 6 salas pudimos abrir las puertas, porque cumplimos con el protocolo exigido desde Nación y Provincia”. El Séptimo Fuego tiene 100 localidades, así que pudo vender 30 entradas, con lugares vacíos junto a cada grupo familiar.

Pero hay más restricciones: los espectáculos podían tener hasta 3 integrantes en el escenario, con distanciamiento. Es decir que muchas obras no pueden presentarse porque su elenco tiene más integrantes. Dice Viviana: Por eso, desde La Red gestionamos la Plaza Peralta Ramos, donde se dispuso la presentación de espectáculos más numerosos todos los días, como presentaciones de murga, danza, títeres y clown”.

Además, la dirección del Teatro Auditórium puso a disposición de la Red de Salas Teatrales el uso de la Sala Piazzolla, donde cada centro cultural programó un espectáculo semanal. En el caso de El Séptimo, la propuesta fue La Mueca, cuyo elenco tiene 7 integrantes. En cuanto a la cantidad de público, Viviana Ruiz explicaba que durante la primera semana de enero se registró menos afluencia, pero en cuanto el público comenzó a verificar que se tomaba la temperatura al ingresar, que había una bandeja sanitizante para limpiar el calzado, que todos estaban con barbijos, se ponía alcohol, y se respetaban las butacas vacías adelante, atrás y a los lados, comenzó a venir más. En la segunda quincena, los espectáculos ya completaron el afore permitido.

Pero por mejor que sea la experiencia de público, de ningún modo estos resultados van a permitir saldar la deuda que las salas vienen acarreando por el año que permanecieron cerradas. Deudas de servicios, como luz, gas, teléfono, internet, alarmas, seguros.

La ayuda que envió la provincia, de $30 000, no podía ser gastada en saldar estas deudas, sino exclusivamente en la readecuación de las salas: refaccionar para ventilar o comprar termómetros. El Instituto Nacional del Teatro sí estuvo presente desde un principio con el plan Podestá para todas las salas del país, que por supuesto no fue suficiente.

En cuanto al espacio oficial destinado a las artes escénicas, nuestro medio mira hacia el complejo Auditórium. Su director -Marcelo Marán- explicaba lo siguiente: “la reapertura ha tenido un doble objetivo. Por una parte tuvo un objetivo simbólico, que la vuelta del personal, de los artistas y del público dejara en claro que el teatro -con medidas de seguridad- es un espacio tan seguro como cualquier otro. Las únicas salas que abrieron son la Piazzolla con 200 localidades habilitadas, es decir un 20% de su capacidad, y el foyer. Ambas ventiladas: el foyer hacia la plazoleta Almirante Brown, y la sala grande con entrada de aire a través de los hombros de la escena”.

Marán expone además que el segundo objetivo que se planteó fue colaborar con los artistas locales a través de contratos, porque todos habían pasado un invierno muy difícil: “No podíamos dejar el resultado librado al borderó, que suponíamos iba a ser muy bajo. Así que se generaron tres espacios al aire libre: uno en el Faro de la Memoria, otro en los jardines de la biblioteca de la Universidad  y un tercero en barrios, que nos permitieron llegar a unos 100 espectáculos que cobrarían contratos”.

Claro que más allá de todos estos esfuerzos, los resultados de la temporada van muy por debajo de lo acontecido en el año anterior. Por lo menos, han permitido que los artistas y gestores dejen sentado que el teatro – con las medidas apropiadas- es menos peligroso que ir a un supermercado, a un restorán o a cualquier otro tipo de actividad. ¡Y viva el teatro!