Los sábados a las 23.30, en El Séptimo Fuego, un grupo de actores que surgieron del Instituto de Arte que funciona en el centro cultural se anima a encarnar a los contrahechos integrantes de una familia. Sutilmente arruinados, alegóricamente emparchados, los dueños de casa se apropian de lo que queda a su alcance, como la cámara se adueña del alma del fotografiado.

Freud trata lo siniestro como una vivencia contradictoria, donde lo extraño se muestra conocido, y lo conocido se torna extraño. Ese sentimiento familiar y conocido regresa a nosotros con una sensación de extrañeza, que lo vuelve terrorífico y produce angustia. Por eso, llamó siniestro a aquella variedad de lo terrorífico que remite a lo familiar.

¿Y que podría resultarnos más conocido que una familia habitando su casa en una gran ciudad? Recorriendo sus cuartos, cumpliendo sus rituales permanentes. ¿Qué más cotidiano que la joven que baila, el tejido, la foto familiar, los comentarios reiterados una y otra vez? Lo cotidiano -filtrado por ese extrañamiento único de la estética teatral que pone en duda la lente del espectador- nos deja a orillas de lo siniestro.

Hablamos de uno de los territorios menos indagados por el teatro actual, que hace culto de la peripecia, porque en lo siniestro sucede más bien poco. Son la inquietud y la perturbación las que hacen del espectador un sujeto dueño de la pupila que teme por lo que no está ocurriendo, pero podría.

Es que podría pasar casi cualquier cosa. Podría haber una tragedia. Podría usarse la cámara Kirlian con cualquier resultado. Podría crecer este susurro extraño que nos hace incomodarnos en la butaca. Podría saberse de golpe qué es lo que esta gente hará. Precisamente en ese lugar, en esa perplejidad permanente, es que habita el aire siniestro que recorre la escena con cada movimiento mecánico.

“El inquilino” es una obra extraña. Se inscribe en una genealogía que nos remite a todos los usos anteriores del título, a Roman Polanski y aun a Alfred Hitchcock cuando habló del célebre asesino de Londres. Pero también resulta inevitable pensar en American Horror Story, y en alguna otra máscara única a la hora de dar rostro a la imagen viva de la perturbación.

Aquí, la morosidad del ritmo escénico nos inquieta aún más. Nos revuelve en el asiento a la vez que el chirrido de las veladuras – las que componen los ambientes esbozados en un escenario apenas bocetado- nos sacude y nos conduce a mirar la los personajes.

Lo siniestro es un lugar para la investigación. Buen sitio para trabajar con este grupo de graduados de El Séptimo Fuego, que ha jugado con las palabras hasta arribar un sitio dramatúrgico de la mano de Marcelo Marán, que codirige aquí con Marcos Moyano. Magnética la puesta en escénica. Oportuna la elección musical. Una experiencia para atravesar y salir conmocionado. Eso sí, no se le ocurra participar de la foto familiar, porque…quien sabe! Actúan Cecilia Zaninetti, David Maldonado, Poupeé Rognone, Mario Ghilini y Vivi Scotti.

Adriana Derosa.