Por Adriana Derosa

El próximo martes 27 a las 21:30, el público de esta ciudad tendrá otra oportunidad de asistir a la última representación (al menos de momento) de la obra musical “María es Callas”, que se llevará a cabo en la sala Piazzolla del Complejo Auditórium. La obra fue escrita por Adriana Tursi, y dirigida por Tatiana Santana, justamente en fecha en la que se conmemora el centenario del nacimiento de la cantante icónica del siglo XX, la griega María Callas. Llamada “La diva”, “La divina”, fue quien puso en jaque una serie de representaciones epocales del lugar de la mujer, no solamente en el mundo del arte y de la música, sino también en cuanto a las consecuencias que las repercusiones de su vida privada tendrán en la vida pública.

Fue la mujer más “hablada del mundo”. Ella, la traicionada. Ella, la gorda, la adelgazada, la que canta, la que pierde la voz. Ella, la mujer rota por el abandono, la voz del mundo, la muda. Una mujer atravesada por todas las voces del mundo intelectual de una época, pone en juego su propia voz y resiste como puede ese enjambre de tensiones.

Esta vida trágica se cuenta como una tragedia: la Callas no puede torcer su desgracia porque la vida misma está más allá de sus manos, tal la naturaleza del personaje trágico. Es interpretada magistralmente por Natalia Cociuffo, a quien le sobraron varios metros de cuerda aun para cantar mucho más.

Pero la tragedia también requiere un coro, aquí minimalista, de tres integrantes cuyas voces llevan adelante la acción. Un hombre y dos mujeres, una de las cuales encarna la voz de los titulares de los diarios y las radios de la época: Sol Agüero, Pilar Rodríguez Rey y Pedro Frías Yuber. Formidables.

El espectáculo mereció numerosos reconocimientos: Hugo a mejor ensamble masculino a Pedro Frías, cuatro nominaciones del Premio ACE por actuación femenina en musical para Natalia Cociuffo, mejor coreografía a Valeria Narváez y música original y dirección musical para Rony Keselman. También recibió una nominación al Premio Trinidad Guevara por su coreografía.

Un capítulo aparte merece el vestido azul de la diva, obra de Uriel Cistaro: a época, estético, funcional, a pleno contraste con el rojo que domina la ropa de las coreutas.

Una puesta de climas, que apuntan a llevar al espectador a compartir el dolor desgarrado del amor no correspondido, que se pliega sobre sí mismo en la soledad de un cuarto que aparta a la Callas del mundo convulsionado de los sesenta, y logra dar cuenta de cada uno de los momentos que fueron tapas de revista.

María es Callas. Natalia Cociuffo, también.