La estrategia de los demócratas está recalentándose cuando viene la recta final. La opción de un ‘atrápalo todo’ contra el actual presidente sirvió meses atrás, cuando los estadounidenses vivían un Apocalipsis entre protestas y pandemia, pero mientras vuelve la ‘normalidad’, las brechas se acortan.

Cuando la campaña entra en la última curva, según el argot hípico, el presidente Donald Trump acelera y se concentra en su estrategia, similar a la de 2016 contra Hillary Clinton. Biden, en cambio, necesitará arriesgar algo más de lo que hasta ahora ha mostrado, ya que una serie de señales han puesto nervioso a su comando. Sobre todo cuando pronto vendrán los debates televisivos en los que el republicano sabe sacar provecho atropellando al oponente.

Todavía las encuestas favorecen al retador. La estrategia de hacer de la elección una especie de referendo revocatorio contra Trump funcionó durante el clímax de la pandemia y la revuelta antirracista. Pero, en la medida que hay un relativo regreso a la normalidad también se ve la recuperación del presidente en las encuestas, y el recuerdo de su sorpresiva victoria en 2016 (contra todos los pronósticos) vuelve a resonar en la mente del demócrata promedio. Hay varios signos que relativizan la ventaja de Biden.

Importantes sectores demócratas, ante el hipotético avance del candidato republicano, se preparan para un escenario que podríamos llamar de empate catastrófico. Especialmente cuando el propio presidente ha hablado de fraude y Biden ha implicado a las fuerzas armadas en todo esto. De hecho, el Ejército ha tenido que responder a la diatriba.

Todo esto ocurre en medio de una serie de protestas larga e imparable del movimiento antirracista, pero también de la radicalización  de los grupos supremacistas blancos. El 3 de noviembre, una chispa puede prender la pradera.

Con un achicamiento de la diferencia, las líneas tenderán a entrar en el margen de error, algo así como estuvieron en 2016, cuando todas las encuestas creían que con facilidad ganaría Clinton.

Muchos en el mundo pueden sorprenderse que Trump tenga, si quiera, alguna probabilidad de ganar luego de su responsabilidad en la crisis sanitaria de la pandemia, que llevará a su país a rondar las 200.000 muertes durante los días de las elecciones; además de la caótica situación de las protestas.

Esta posible recuperación permite recordarnos que Trump no es un accidente ahistórico. Él, como fenómeno político, se solidifica en la medida en que crece la brecha entre dos grandes sectores de EE.UU., algo a lo que ha seguido apostando durante su mandato.

EE.UU. ya se parece a cualquier país latinoamericano. No solo en las estadísticas sanitarias y en la caída económica de este 2020. También en la política: los escenarios son múltiples e imprevisibles en el sentido que se pueden salir del marco legal, más que en ninguna ocasión anterior.

La proyección de las estrategias permite prepararse para posibles situaciones.

Situación actual: a menos de dos meses, hay novedades en el frente

Según la página RealClearsPolitics, que registra y promedia la mayoría de encuestas que se llevan a cabo en EE.UU., si bien Biden, en la media de las encuestas, aun mantiene una ventaja importante (49,7 %), Trump ha venido recuperándose (tiene ahora 42,8 % y a mediados de julio contaba con 40,1 %), al punto de ubicarse a 7,3 puntos (9 de septiembre) del demócrata, cuando estaba a 10,2 (23 de junio).

Esa ventaja que aún luce amplia y hay que relativizarla para reconocer los espejismos. Especialmente cuando tenemos un candidato que ha logrado una articulación entre los republicanos tradicionales y la clase trabajadora, que antes votaba por los demócratas.

En este tipo de elección de segundo grado, donde se impone la composición de los colegios electorales al voto popular, lo importante es ganar en los lugares clave. Y es allí donde Trump tiene una estrategia que cada día se ve más clara.

Quien gana un colegio electoral, así sea por un voto, se lleva todos los votos del colegio de un estado. Por eso no se hace esfuerzo electoral en los territorios perdidos o ganados, sino en los llamados pendulares o campos de batalla, los que están por decidirse. El posicionamiento de la estrategia en territorios concretos para ganar en los colegios alimenta la diatriba racial.

Trump está desarrollando la misma estrategia que contra Hillary Clinton en 2016. La demócrata le sacó casi 3 millones de votos, pero terminó perdiendo en los colegios electorales de los estados decisivos. Si se repitieran los resultados de aquellos comicios, Biden necesita sacar una ventaja de algo más de dos puntos para poder ganar la presidencia, porque Hillary sacó 2,02% de ventaja en el voto popular. Así que las encuestas se van estrechando.

Después del resultado en 2016, cuando todas las encuestas daban perdedor a Trump, se analizó la pérdida de legitimidad de los sondeos, sobre todo después del Brexit. Además, la misma complejidad del sistema electoral norteamericano obliga a que la lectura de éstas no sea superficial y rápida.

A estos elementos, se suma la dificultad de las encuestadoras para hacer su trabajo durante la pandemia (lo que hace casi imposible el cara a cara), y que la opción de Trump, incorrecta políticamente, puede aumentar la falta de sinceridad del encuestado.

Una vez ‘naturalizada’ la pandemia y estabilizada la caída de este año tan convulso en la vida estadounidense, Trump moviliza a sus seguidores para responder a las críticas antirracistas y espera con ansia los debates televisados, donde va a acelerar el tren contra Biden.

El documentalista Michel Moore ha querido prender las alarmas de los demócratas demostrando analíticamente que la estrategia de Trump está funcionando.

Marko Kolanovic, gurú de JP Morgan, plantea que están aumentando las posibilidades de la reelección y lo relaciona con el aumento de la violencia en las protestas. ¿Podrá remontar la cuesta?

La estrategia de Trump

El tema de las minorías no es solo de sumatorias electorales, es el lugar donde se ubica con más vehemencia la frontera entre dos modelos políticos. El conservador, republicano (y ahora trumpista), versus el liberal que trata articular las minorías con el voto tradicional del partido demócrata.

El trumpismo, para caracterizarlo brevemente, es una articulación entre el voto tradicional republicano, adulto y blanco, y la clase trabajadora que votaba a los demócratas, pero fue encantada por el discurso nacionalista de Trump.

Por eso, si son cerca de 15 los estados pendulares que deciden la elección, los cuatro donde Trump ha concentrado el fuego se ubican en el antiguo cinturón industrial: Wisconsin, Pensilvania, Ohio, Michigan. El obrero blanco, con bajo nivel educativo, empobrecido por la globalización, que históricamente era demócrata, pero ahora es trumpista. Allí se está recrudeciendo la batalla.

En medio de una pandemia que ha afectado a los EE.UU. más que a ningún otro país, con una recesión económica producida por la cuarentena, y con un profundo malestar sobre la cuestión racial debido a la muerte de jóvenes negros en manos de la policía, Trump ha ‘huido hacia delante’ y ha radicalizado su postura supremacista, con el objetivo de reactivar a sus votantes originales: los blancos sin estudios universitarios que aunque son una minoría más, son los que más se movilizan a votar.

Por ello, no es automático que el desastre sanitario de la pandemia ahogue al actual presidente porque es posible que la clase trabajadora, fatigada de las medidas de cuarentena y viendo cómo se debilita la economía, respalde el discurso reactivo de Trump contra el distanciamiento social y también contra las protestas, que están destruyendo el imaginario del sueño americano que aprendieron cuando eran el objeto de las políticas demócratas antes de la globalización. De allí que el nuevo lema de batalla sea “ley y orden”.

Las protestas antirraciales, que podría pensarse que son un dolor de cabeza para Trump, se han convertido en su trampolín para denunciar a los demócratas y relacionar a Biden con la izquierda radical, con el socialismo.

Por eso responde de manera más iracunda. Su estrategia es, como en 2016, incentivar el voto blanco y debilitar o sacar del carril electoral el voto afroamericano, latino y joven urbano. Su principal enemigo ya no es el migrante latino, sino el radical de izquierda. 

La teoría de Lazarsfeld, tan vieja como útil, explicaría que Trump está activando a los ‘catalizadores del voto’ porque la decisión de cada elector ya está condicionada y solo falta concretarla: “La campaña electoral ha terminado”, y el grado de movilización (el 3 de noviembre es un día laboral) es lo que definirá cuántos puntos se llevará la abstención, que en 2016 se ubicó en 45 %, pero sobre todo, cuáles sectores se abstendrán más que otros.

¿Qué va a hacer Biden?

La estrategia del comando de Biden, que busca realizar una campaña de interconexión entre minorías (negros, latinos y jóvenes) en un momento donde los nervios están a flor de piel, puede resultar exitosa debido a la fanfarronería supremacista de Trump, que podría ayudar a movilizarlas a votar.

Pero también podría ser contraproducente si el republicano se consolida, debido a las reacciones negativas que generan las protestas en la clase trabajadora y la población blanca de lo sectores rurales del país, adulta y conservadora, que además ve al demócrata como un representante de los intereses de la élite de Washington y al auge de las minorías étnicas como una amenaza.

La estrategia de Biden está recalentándose cuando viene la recta final. La opción de un ‘atrápalo todo’ contra Trump sirvió meses atrás, cuando EE.UU. vivía un Apocalipsis entre protestas y pandemia.

Ahora debe prepararse para la recta final y explicarle a quienes se encuentran indecisos, por qué vale la pena sortear los principios abstencionistas de los jóvenes y la desconfianza de las minorías en un hombre blanco, de 78 años, parte predilecta del estatus político que aborrecen.

Ya en 2016, con Clinton, negros y jóvenes se mostraron más apáticos electoralmente que con Obama. Según el portal Público, si en 2012 el 60 % de los jóvenes entre 18 y 29 años votaron por él, en 2016 ese porcentaje se redujo a 55 %.

Lo mismo ocurre con las minorías afrodescendientes y latinas. Los demócratas arrasan en esos sectores, pero la participación es baja en comparación con la de los blancos. Si por Obama votó 93 % de la población negra, por Hillary ese porcentaje cayó a 88 % y con una abstención mayor. Es allí donde la ventaja va estrechándose hasta caer al escenario de mayor inestabilidad: el empate catastrófico.

Si las irreverencias e insultos de Trump movilizan a esos sectores, Biden podría asegurar la victoria.

Es posible que Biden tenga que aportar algo más que el nombramiento de una vicepresidenta afroamericana, como lo hizo con Kamala Harris, para movilizar a este sector que apoyó animadamente a Obama o Bernie Sanders, pero que todavía no se sabe con certeza cómo reaccionará con su candidatura.

Para Michael Moore, eso no está ocurriendo. El documentalista escribió en su Facebook: “El nivel de entusiasmo de 60 millones de seguidores de Trump es muy alto. El de Joe, no tanto (…) Mira la encuesta de Trafalgar del viernes en Michigan [uno de los estado estratégicos] la semana pasada, Trump estaba cuatro puntos por detrás de Biden. Ahora, en este sondeo, Trump está por delante de Biden en Michigan, 47 % a 45 %. Sin embargo, muchos demócratas están convencidos de que Trump perderá”.

En Pensilvania, otro estado clave y donde además nació el propio Biden, viene ocurriendo algo similar. Si el 24 de julio la diferencia era de 8,5 % a favor de Biden, el 9 de septiembre es de 4,3 %, según RealClearsPolitics. En esos estados las líneas se dirigen hacia un empate técnico.

Esa tendencia podría acelerarse porque Biden aun debe pasar su prueba de fuego: los debates televisivos. Como sabemos, Trump es un experto manejando el lenguaje audiovisual y ya ha comenzado a concentrar esfuerzos en apostar por arrasar a su contendiente en los tres encuentros, pidiéndole una prueba antidrogas y acusando al demócrata de consumir algún narcótico antes de los debates que ocurrieron en las primarias.

Los debates deberán realizarse el 29 de septiembre, 15 de octubre y 22 de octubre. Eso habrá que verlo.

¿Un empate catastrófico? 

Si cualquiera de los candidatos logra un triunfo definitivo holgado, podría esperarse un desarrollo estable y pacífico. Sea para la transición o para la perpetuación.

Pero si las encuestas siguen estrechándose, ambos candidatos siguen cantando fraude y los sectores movilizados de ambos bandos continúan su carácter incendiario, entonces se corre el peligro de que la situación se vaya de las manos.

Las leyes de EE.UU no contemplan una comisión electoral independiente, por lo que un empate técnico deberá ser resuelto por la Suprema Corte de justicia (SCJ), como ocurrió en 2000, cuando con un fallo dividido, después de varios días de espera, tuvo que rechazar los reclamos de Gore de recuento en Florida y concederle la victoria a Bush. En aquellos momentos la marea no estaba tan alta como ahora.

A menos de 2 meses de las elecciones, ambos bandos están cantando fraude. Trump dice que los demócratas harán trampa por medio del sistema de voto a distancia, que se realiza por  correo, y ha pedido a sus seguidores que intenten votar dos veces.

Biden, por su parte, ha dicho que se pasea por el escenario que Trump no reconozca su triunfo e intente quedarse en el poder, planteando que las fuerzas armadas no lo permitirían.

El jefe de Estado Mayor, Mark Milley, ha tenido que intervenir en la diatriba negando cualquier participación de los militares en el proceso eleccionario, y ha declarado como “apolítica” a su institución.

Los demócratas necesitan del voto a distancia por correo para ganar, mucho más en plena pandemia. Pero esos votos se cuentan a los días. A veces una semana. Así que Trump necesita proclamarse ganador la noche de las elecciones. Y por lo momentos ha declarado fraudulento el voto por correo, incluso pidiendo a sus votantes que voten dos veces, una vez por correo y otra de manera presencial.

Hawkfish, una agencia demócrata que trabaja con datos políticos y tecnología ha alertado sobre el crecimiento de probabilidades del escenario que llama ‘espejismo rojo’, según el cual Trump puede simular un triunfo aplastante la noche electoral y declararse triunfador. Antes que las boletas por correo hayan llegado.

Hay temores de que el excesivo triunfalismo de Trump termine imponiéndose si los resultados tardan mucho en un ambiente de empate técnico.

Hay un nerviosismo que va más allá del triunfo electoral y tiene que ver con la imposición de un modelo sobre otro.

Lo que ocurra en EE.UU. inclinará la balanza de la política en el mundo. Si la institución liberal, el estado profundo y la progresía norteamericana arrebatan el triunfo a Trump puede esperarse un giro hacia los modelos liberales, en cambio, si el republicano logra retener el cetro, estará comprobando que los populismos de derecha son un modelo efectivo, políticamente hablando.

Estaremos pendientes de las próximas maniobras.

Ociel Alí López-RT- Reuters