Estamos a días de las PASO y el escenario nunca fue tan claro como ahora: de un lado, quienes hace apenas 4 años militaban por una “revolución de la alegría” que terminó en desidia y destrucción y que hoy, casi como un milagro, vuelven a reclamar un voto de confianza, pero ya no desde la promesa de futuro, sino más bien con una amenaza de calamidad. Y del otro lado, de este lado, una nueva invitación a soñar, a recuperar la esperanza y la felicidad que no son un eslogan de campaña, sino una realidad efectiva: la de todo un pueblo que, a pesar de los golpes, sigue dispuesto a construir un país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano.

Ahora entramos, en las horas previas a la primera muestra de lo que será la definición del próximo gobierno nacional y provincial, en el terreno de la disputa por el sentido común del ciudadano de a pie. Y tendremos, como resultado general, la confirmación de lo que está en pugna ante la mirada del pueblo trabajador. Veremos, entonces, si finalmente la estrategia de Durán Barba y su “marketing político” son las más efectivas como terminó pasando en 2015 o si la recuperación de la política real, en su sentido más amplio y contemplativo, es el camino que decidimos transitar a partir del 10 de diciembre de este año.

En el camino hacia ese destino estamos ante la bestia misma utilizando toda su artillería para convencernos de que esto no va a cambiar y que todo terminará siendo mucho peor, pero que no podemos hacer nada al respecto. La idea del abismo delante de nosotros es la que construyeron, a lo largo de estos 3 años y medio de ajustes, tarifazos y destrucción del salario, el empleo y la industria, para que seamos un pueblo deprimido y resignado. Por eso decía Don Arturo Jauretche que “(…) El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”, idea que la campaña de Fernández-Fernández retoma al ir avanzando sobre la idea de unión a pesar de las diferencias.

Y es que esos son, al final de cuentas, los dos únicos escenarios posibles: el de Macri y su pretensión de exterminio de la reflexión, al pedir que lo voten sin necesidad de razonamientos ni argumentos, apelando directamente al voto miedo, al voto bronca: apuntan al peronismo con la intención de construir al “enemigo interno” al que combatir sólo porque nos dijeron que era malo y nos quería destruir. Al igual que con las fábulas para niños, el mensaje que terminan exponiendo pasa mucho más por ese lugar que por la realidad en sí misma, lo que a esta altura no sólo es un síntoma del daño que nos han hecho estos años de neoliberalismo rabioso, sino también de la potencia que tiene la manipulación mediática en tiempos de hiperconectividad y exceso de información.

Hoy, con todo el daño que han hecho, aún siguen con la posibilidad de disputar el poder y eso no es producto del azar ni del odio exclusivamente. La presión económica y la flexibilización laboral de la que nos fueron impregnando fue el caldo de cultivo para bajarnos la cabeza y ponernos a pensar y a discutir sobre cuestiones mucho más subjetivas e individualistas que lo que una comunidad organizada requiere, porque al ponernos en estado de indefensión ante un mundo que se hace cada día más hostil nos bajaron las defensas, nos ocuparon la cabeza con problemas que antes no teníamos, con necesidades que antes no teníamos.

Y en esa agachada de cabeza, imposible de evadir cuando todo alrededor está mal, es la que les permite a nuestros verdugos seguir teniendo la chance de quedarse en el poder y terminar de convertirnos en colonia. Porque no hay manera de que con el saqueo y el descaro con el que se manejan, puedan terminar su mandato y seguir disputando el mando de nuestros destinos, si no es por el imponente aparato comunicacional que los blindó estos años y la construcción de una nueva subjetividad entre nosotros.

No podemos ni debemos, entonces, subestimar lo que estén haciendo delante nuestro: aunque en este momento nos pueda parecer muy desatinado que Macri pida votarse a sí mismo sin dar explicaciones, pero no es un accidente que el mensaje sea ese y no otro. No están en un momento en el que se puedan permitir errores y ahí aparece una nueva diferencia entre los unos y los otros: ellos necesitan salvarse a ellos mismos, no entramos los 44 millones en sus planes. Nosotros, en cambio, estamos pensando en un país para todos, con ellos incluidos y todo.

Tampoco se trata de ir a buscar venganza. Hoy lo que nos urge es levantar a todos los que se cayeron, apuntalar a los que quedaron tambaleando e impulsar a los que aún no han podido despegar. Ahí es donde reside la mayor diferencia entre lo que podemos pensar de uno y de otro lado de esa condición horrible que nos impusieron como “grieta”: la única división que existe entre los argentinos es entre oligarcas y trabajadores. Y el oligarca jamás, nunca ha sido amigo del pueblo.

El camino está marcado y ahora lo que necesitamos es ponernos de acuerdo en premisas de supervivencia: no subestimar al enemigo, jamás creer que algo que provenga de ellos es accidental y no perder de vista que acá estamos, quienes creemos en un modelo de país diferente, por amor a la Patria y el anhelo de prosperidad futura. No se trata de una cuestión institucional, no es un formulario que llenamos al sumarnos al Partido Justicialista: lo que nos une es el fervor por la realización del conjunto, es la satisfacción personal de ser parte de un todo superior, es el fuego sagrado del fanatismo del que hablaba Evita, pero no en el sentido “fan” de hoy, sino de aquel que estaba y está dispuesto a dar su vida por la causa.

Podemos decir entonces, retomando esa idea, que somos fanáticos porque nuestra mayor ambición es construir un país de trabajadores felices. No hay manera de que un proyecto peronista no esté pensando en la realización de la comunidad, por eso es que es la única manera de sacar al país del fondo. No es soberbia, no es demagogia, no es populismo: es la idea de que las personas tenemos derecho a ser felices y el Estado nos tiene que brindar las oportunidades para serlo. “Nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”, decía Perón. Y nosotros hoy podemos decir que, para llegar a la realización, tenemos que poder volver a hablar de amor. El porvenir depende de ello.

Marco Antonio Leiva.

Identidad Peronista-Mar del Plata