(Por Victoria Ojam y Nicolás Biederman) Más de seis décadas después de la última vez que coincidieron en huelga general, los sindicatos de Guionistas y de Actores de Estados Unidos fueron protagonistas indiscutidos en las noticias del mundo del entretenimiento en 2023 cuando, como consecuencia de la combinación entre el avance del streaming y de la inteligencia artificial, se alzaron contra los grandes estudios en reclamo de mejoras laborales y pusieron en pausa a Hollywood durante más de cinco meses.
Es que avivados por la parálisis provocada por la pandemia, dichos elementos dieron forma definitiva a un verdadero cambio en el modelo de negocios de la industria del cine y las series en el país del norte, que si bien ya venía gestándose a partir de la proliferación de las plataformas, expuso sus efectos con una claridad hasta entonces no vista.
«Son mucho más influyentes los cambios en las formas de consumir que particularmente los acuerdos que, al revés, tratan de reflejar esas modificaciones, corren un poco atrás de esos cambios. Si puedo decir que es superador en algo, es en que se pusieron sobre la mesa esos aspectos que estaban un poco abandonados en conversaciones anteriores», comentó en diálogo con Télam el productor argentino afincado con su compañía Infinity Hill en Los Ángeles, Axel Kuschevatzky.
El cierre de las salas de cine, que llevó a distribuir a demanda los (mal) llamados contenidos, sumado a la precarización en las condiciones de trabajo y la búsqueda de reemplazar partes de la labor humana por el producto algorítmico o el digital, fue un combo razonablemente difícil de aceptar por quienes hacen tanto detrás como frente a las cámaras. Y tras varias negociaciones fallidas, decidieron entrar en choque con los titanes de la máquina cultural.
Disney, Paramount, Sony, Warner Bros. Discovery, NBCUniversal y otras casas de menor trayectoria pero con influencia, como Netflix, Amazon o Apple, fueron las antagonistas en esta trama desde su núcleo en la poderosa -y muchas veces acusada de codiciosa- Alianza de Productores de Cine y Televisión, que entre sus muchas funciones, debe tratar lo que en la Argentina se conoce como convenios colectivos de trabajo.
Principales defensores de continuar con pagos residuales no actualizados, los grandes estudios incluso proponían escanear a los intérpretes a cambio del pago de un día de trabajo para disponer de esas imágenes de manera perpetua, sin consentimiento ni compensación. Incluso llegaban a sostener la flexibilización que llevó a actores y actrices a filmarse a sí mismos en vez de audicionar en vivo, y a implementar «mini-habitaciones» de guionistas televisivos, que pasaron de ser siete u ocho permanentes a contar con dos o tres ayudantes por un puñado de episodios.
La situación, por supuesto, dejaba más expuesta que nunca a la enorme masa de artistas que no entran en el rango de «celebridad» pero que aún así cumplen un rol fundamental en cualquier producción. Así, sin perder el sentido de lo colectivo, con más o menos capacidad de incidencia en la trinchera de ejecutivos, el Sindicato de Guionistas llamó al paro el 2 de mayo, movilizando a unos 11.500 escritores de la industria. Poco después los siguieron sus homólogos del gremio de Actores, integrado por cerca de 160.000 intérpretes, periodistas y conductores de TV que, con la actriz Fran Drescher -la entrañable «Nana» Fine de «La niñera»- a la cabeza, abandonaron los sets para entrar en huelga el 14 de julio siguiente.
La magnitud de las huelgas, las intensas marchas en Nueva York y Los Ángeles y los apoyos internacionales y de otras ramas del arte obligaron a toda una industria a frenar una potente rueda de rodajes, eventos de prensa y marketing. Mientras las fotos y videos en plena manifestación de figuras como Bette Midler, Bob Odenkirk, Kevin Bacon, Susan Sarandon y los guionistas Neil Gaiman y Mindy Kaling se reproducían, el impasse -se calcula- le costó a Hollywood unos 150 millones de dólares por semana.
Día a día se confirmaban los títulos que habían sido pospuestos, caído en un limbo o directamente cancelados, desde «Stranger Things», «The Last of Us» y «La periferia» hasta la secuela de «Gladiador», la tercera entrega de «Deadpool», la continuación de «Beetlejuice» o la versión serie de «Metrópolis». «Andor», «Superman: Legacy» y lo nuevo de «Sonic», «Soy leyenda» o «Venom», entre más, también fueron parte de la importante nómina de películas y series que se vieron afectadas por el conflicto.
Finalmente, el 27 de septiembre los guionistas alcanzaron un acuerdo satisfactorio con la Alianza de Productores, y hubo que esperar hasta el 9 de noviembre para que lo mismo sucediera con los Actores: en conjunto, fue el paro de actividades más largo de la historia en el rubro, aunque el triunfo de los reclamos gremiales no signifique, en última instancia, una pérdida de privilegios para los estudios.
A grandes rasgos, las consignas fueron cumplidas: los actores pactaron aumentos en sus remuneraciones mayores a los que obtuvo cualquier otro gremio en el año y un «bono de participación en streaming», mientras que los guionistas también mejoraron sus salarios y establecieron niveles mínimos de personal en las salas de guionistas de TV. Ambas, además, negociaron provechosamente la protección frente al uso de la inteligencia artificial, así como sus coberturas de salud, pensiones y otras cláusulas contractuales.
«No creo que el resultado de las dos huelgas se traduzca particularmente en un beneficio o una pérdida para el sistema. Primero porque los efectos económicos y financieros de que la huelga haya salido a favor de los sindicatos no desbalancea los números de los estudios, no tiene ese poder, el impacto es bastante menor», señaló Kuschevatzky, aunque advirtió que «no todos los problemas están solucionados» y que lo que sí se logró fue «aumentar cierto grado de conciencia frente a los modelos cambiantes de negocio y a la aparición de la inteligencia artificial como una herramienta que no estaba en las charlas anteriores».