La vivienda que Argentinos Juniors le regaló en 1978 es ahora un museo que recrea al detalle la vida del crack cuando se iniciaba en el fútbol grande

Entre los tantos milagros futbolísticos que se le atribuyen a Diego Maradona figura haber inspirado que el tiempo se detenga en su antigua casa del barrio porteño de La Paternal, hoy convertida en un museo en su homenaje.

Si el ciudadano Kane, rico y poderoso, evocó en el instante de morir su trineo de nieve infantil, es posible imaginar que en su última noche en este mundo Maradona soñara con la camiseta de los Cebollitas de Argentinos Juniors, chiquita pero estirada por tanto uso, que lo acompañó en sus primeras hazañas futbolísticas.

Los tiempos pasados no vuelven salvo en los recuerdos. Pero en el caso de Maradona, existe un rincón de Buenos Aires donde el tiempo parece haberse congelado cuando era el Pibe de Oro del club del barrio. El Museo Casa de Maradona, también llamado “La casa de D10s”, es una reconstrucción fiel hasta lo increíble de la vida del crack en los días que empezaba a ser ídolo.

La vivienda, ubicada en la calle Lascano número 2257, fue regalada por Argentinos Juniors a Diego como parte de su primer gran contrato profesional, en 1978. La recibió siete días después de cumplir 18 años. Ya había quedado fuera del plantel del Mundial 78 pero se estaba preparando su primer gran equipo, los juveniles de 1979. Debe recordarse que Diego provenía de Villa Fiorito, un suburbio pobre de Lanús, en el conurbano porteño. En la calle Lascano, a pocas cuadras del estadio del club, estuvo con sus padres y varios de sus hermanos hasta 1980, cuando se todos se mudaron a una mansión con amplio fondo y piscina en Villa Devoto.

La casa de La Paternal pasó por otras manos e incluso funcionó como un taller de producción de carteras, por lo cual se eliminaron algunas paredes, aunque se guardaron las puertas originales. Hasta que hace algunos años Alberto Pérez, exgerente de Argentinos, la adquirió por 91 mil dólares según la prensa de su país. A partir de entonces encaró una paciente labor de reconstrucción y por fin pudo abrirla como museo en 2016.

“Siempre junté infinidad de cosas, que tenía, que me regalaban, que compraba… Sabía que esta casa en algún momento la iba a recuperar. Insistí y por fin me pude quedar con la casa para que todo el mundo la disfrute”, declaraba entonces.

“Uno en la vida está de paso y tiene que devolverle a la comunidad lo que la comunidad le dio. Esta es mi forma de hacerlo; tuve la idea, también tuve el tiempo, y lo logré. Nuestra idea es que esto no se pierda nunca. Lo que no se conoce no se ama, lo que no se ama se olvida y lo que se olvida se pierde”, agregaba.

Este cronista visitó la casa hace dos años junto a colegas uruguayos gracias a una invitación del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF). La impresión entonces fue de asombro, incluso por la magnitud de la admiración del responsable. En estos días, tras las expresiones de idolatría y dolor que provocó la muerte del 10, todo resulta más explicable.

Detrás de una fachada remodelada ya antes de los Maradona, con una placa que proclama “En esta casa vivió Diego Armando Maradona”, firmada por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se ingresa a una construcción antigua, de techos altos y claraboya, que nunca conoció lujos pero sin dudas representó un progreso para la familia en su momento.

Para habilitarla como museo se consiguió o se reprodujo el mobiliario original, los adornos, los cuadros y hasta elementos de uso diario, como botellas, envases o cajas de productos en la cocina, para recrear la vida diaria en ese lugar como era a fines de la década de 1970 y principios de los 80. Por supuesto, además hay posters, fotos y todo tipo de objetos vinculados con Maradona, lo que los europeos llaman memorabilia. Por ejemplo, una variante de La última cena, de Leonardo da Vinci, donde Diego es Jesús y aparecen como sus discípulos Cristiano Ronaldo, Riquelme, Ronaldinho, Joao Havelange, Grondona y Pelé de un lado, Messi, Valderrama, Ronaldo, Mattheus y Francescoli del otro. Si se lo compara con el original, el puesto de Judas lo ocupa Grondona, pero hay un apóstol menos, Tomás.

El dormitorio de Diego se encuentra en un piso alto, al cual se accede por una empinada escalera. A partir de entrevistas concedidas a diarios y revistas en ese preciso lugar por su ídolo, Pérez y sus colaboradores revisaron cuidadosamente las fotos para la reconstrucción del cuarto. Y colocaron esas notas para demostrar que todo luce igual que aquel día. Cortinas, sábanas y cubrecamas, el tocadiscos con sus discos de pasta, la lámpara de la mesa de luz, todo es idéntico. En la pared hay una lámina del Papa Juan Pablo II, a quien admiraba entonces y que después rechazó tras descubrir el fastuoso oro del Vaticano.

En 2019 frente a la puerta se estacionó un Ford Taunus negro, supuestamente el mismo que tuvo Maradona y fue su primer auto. Como en otra de esas entrevistas se sentó sobre el capó para una foto, muchos visitantes imitaban esa pose para sus selfies.

Durante la recorrida de este periodista se preguntó al guía si Maradona había visitado ese museo en su honor. La respuesta fue negativa. Es dudoso que en los dos años posteriores haya ido, aunque aparentemente la conoció a través de imágenes grabadas durante un programa de televisión.

La casa fue utilizada como escenario para la serie sobre la vida de Diego, que todavía no se estrenó. Durante los primeros tiempos de la pandemia estuvo cerrada y se ofrecían visitas virtuales. Ahora está abierta, con cupos limitados para el ingreso. Quizás cuando aparezca esta nota alguien habrá colocado flores en la puerta, como viene ocurriendo en estos días con todos los lugares que habitó Maradona.