Esta semana llegaron a Buenos Aires los principales líderes mundiales para la cumbre del G20. Los miembros de este selecto club —19 Estados más la Unión Europea— son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. Esto lo convierte en uno de los espacios de mayor peso para combatir uno de los principales desafíos que enfrenta la humanidad en este siglo: el cambio climático. Aún así, los líderes parecen seguir mirando para otro lado.

Cuando las organizaciones hablamos de la acción política necesaria para hacer frente a este problema, no nos referimos a un concepto abstracto. Planteamos una transformación radical y urgente en los modelos de sociedad que conocemos hasta el momento. Según un informe publicado en octubre por los máximos científicos climáticos de Naciones Unidas, el grupo conocido como IPCC, nos queda una década para reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero, de modo de evitar los peores impactos del cambio climático. Para 2050 estas emisiones deben llegar a cero.

Los impactos del cambio climático no son solamente los tifones que azotan el sudeste asiático o los incendios que destruyen enormes áreas de bosques, con altos números de víctimas fatales. También se dejan ver aquí en Argentina, como las olas de calor cada vez más frecuentes, las inundaciones producto de precipitaciones sin precedentes —muchas veces combinada con la erosión de suelos producto del monocultivo o de los desmontes— o la grave sequía que afectó al campo este verano, produciendo una caída en los ingresos de divisas que golpearon fuerte la economía doméstica.

El IPCC dejó claro que debe cortarse progresiva, pero drásticamente, el consumo de combustibles fósiles con el horizonte de una energía totalmente limpia a mitad de siglo. También que debe detenerse definitivamente la deforestación. A pesar de que la ciencia lo confirma y la realidad lo evidencia en forma dramática, la miopía de los líderes para actuar en línea con el desafío que enfrentan sigue siendo alarmante.

Hasta el momento, y a pesar de la urgencia necesaria, el lenguaje con que los líderes del G20 están discutiendo sobre clima y energía para su comunicado en Buenos Aires es extremadamente débil. No solo no hicieron ningún avance hacia la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles —como sí hizo el G7 en 2016—, sino que tampoco están alcanzando un párrafo que refuerce la importancia de cumplir las metas del Acuerdo de París, el pacto global para limitar el aumento de la temperatura firmado en 2015. El impulso a energías limpias tampoco aparece. Esto aún puede cambiar por la presión de los europeos y otros Estados con mayor ambición, o incluso una drástica intervención de la presidencia argentina. Nada augura, sin embargo, una mejora sustancial en el texto.

Cuando el G20 estuvo en manos de Ángela Merkel, el año pasado, se logró exponer la inacción de los Estados Unidos que anunció su abandono del Acuerdo de París y alinear al resto del mundo en el desafío de protegernos de la amenaza climática. Argentina —con un peso relativo claramente inferior a Alemania— no sostuvo ese empuje y la ambición climática del grupo cayó por el suelo. En un momento donde la ciencia no deja lugar a dudas sobre las consecuencias, cuando los impactos, incluso económicos, son más visibles que nunca y la ventana de acción está casi cerrada, un año perdido es demasiado.

No contribuye tampoco que Argentina, como organizador del G20, tenga como objetivo de Estado el desarrollo de uno de los mayores reservorios de fósiles no convencionales del mundo, que, como advirtió la ONU, ponen en riesgo el cumplimiento de los objetivos climáticos internacionales asumidos. Además, es el segundo país que más destruye sus bosques del grupo —un 22% en los últimos veinticinco años. Pero, más allá de la inconsistencia doméstica, las dinámicas de los negacionistas como las de Donald Trump y sus aliados de países árabes con fuerte peso de la industria fósil son uno de los factores determinantes que deben quedar expuestos para enfrentar con seriedad este desafío.

Muchos entienden a la política como el arte de lo posible. Por eso, porque es posible, frenar el cambio climático requiere una decisión política. Cuarenta y ocho Estados miembro del Foro de Vulnerabilidad Climática se reunieron virtualmente (para reducir emisiones) a mediados de noviembre con el fin de comprometerse a adoptar medidas concretas para enfrentar el cambio climático y exigir a sus pares que sigan en esta dirección. Pueblos enteros se movilizan a través de protestas pacíficas o juicios a las compañías contaminantes para proteger los territorios que habitan. Empresas líderes comenzaron a anunciar su transición hacia fuentes limpias de energía.

En muchos frentes está dándose el ejemplo que nos da la esperanza necesaria para creer que se puede. El tiempo de las excusas ya terminó. Los líderes del G20 tienen que inspirarse en los ejemplos positivos del resto de la sociedad, escuchar conscientemente a los científicos y tomarse en serio la necesidad de abandonar su adicción por los combustibles fósiles.

MFernández-Infobae