Se inicia la temporada de estrenos teatrales rumbo al verano local, y primerearon los seis actores dirigidos por Federico Polleri, en este experimento escénico que- adelantan ellos- “no es una obra de teatro”.

No me atrevería a aseverarlo, aunque ellos se pronuncian así porque juegan a lo verídico, a estar diciendo la verdad de aquello en lo que hurgaron los actores. A estar desnudándose en escena en honor a la propia experiencia de la construcción de género. No me atrevería, reitero, a aseverarlo. No diría que es todo cierto, y lo que es peor, tampoco diría que eso importe para nada a la hora de construir un objeto estético. De hecho, las categorías de realidad ficción se juegan en el plano escénico como en todas las disciplinas del arte, y se problematizan aquí para ir a tono con la época. Como dice el dicho, “se non è vero, è ben trovato”.

Los hombres se preguntan aquí sobre su propia condición, sobre cómo se construyeron varones, y convierten en arte la incomodidad que genera enfrentarse con un relato lleno de eternos clichés inexplicables y también de recuerdos dolorosos: las cosas con las que la cultura nos tira por la cabeza cuando nos llega el turno de criarnos solos.

Nos hablan entonces Santiago Maisonnave, Gonzalo Brescó Churio, Pablo Guzzo, Alejandro Arcuri, Martín Cittadino, Gabriel Celaya y el mismo director. El resultado es una obra- sí, una obra de arte- larga, activa, dinámica, provocadora e incómoda para muchos. Una obra que pone en primer plano la mirada del varón, tantas veces sujeto a la eterna regla de las tres P: ser proveedor, protector y potente. Pero estos hombres se miran entre ellos, se entienden, siguen el ritual de la memoria familiar de las viejas fotos y reconocen sus secretas flaquezas en un tono que no es confesional sino llano.

El espectador ha ido a mirar el álbum, a acompañar, como si fuera cierto que se oye a un amigo que se ha inventado una forma de contar la historia del recorrido. Porque ese espectador ha sido también invitado a mirarse cuando mira.

Si hay que destacar un punto de apoyo, hay que hablar de la puesta en escena: de los recursos, de la sucesión de acciones dramáticas, de los planos de narración como herramienta que permite segmentar el plano escénico, y fabricar esos distintos lugares desde los cuales Uno puede hablar de Uno. En el supuesto caso de que ese que habla sea en verdad Uno, por supuesto.

Despojar un escenario y llamar a jugar con tres objetos es aquí una prueba de realidad, porque los tres objetos deben ser lo suficientemente icónicos como para ayudar a dibujar la condición del varón. Y lo son.

La temporada empezó así, pensando fuerte. La entrada es a la gorra, y la invitación imposible de declinar.

 Adriana Derosa