El secretario general de la CGT dijo sentir eso ante las fortunas a�?mal habidas de algunos malandrasa�? que ostentan un cargo en gremios. Sin embargo, advierte que son una excepción y que machacar con esos casos busca golpear al movimiento obrero.
VergA?enza ajena es la expresión inmediata que siento al ver las riquezas mal habidas que los medios han develado de algunos mal llamados dirigentes sindicales.

Sin embargo, no podemos ser ingenuosa�� DetrA?s de la reiteración de titulares e imA?genes se busca instalar la certeza de una cruzada contra la corrupción; que algunos de esos malandras ostenten un cargo sindical no debe confundir. Son la excepción, mucho menos frecuente que la enquistada en otros actores de la sociedad, y de ningA?n modo la regla.

La honestidad de la inmensa mayorA�a. Desde la fundación de la CGT, en 1930, a partir de la confluencia de gremialistas provenientes del anarquismo, el comunismo y el socialismo, y durante todo el perA�odo peronista que llega a nuestros dA�as, el movimiento obrero organizado hizo suyos los valores de honradez que, frente a las corruptelas de patrones, polA�ticos y funcionarios inescrupulosos, llevaron a que los militantes sindicales padeciesen todo tipo de sacrificios materiales. MA?s allA? de cualquier debate sobre su actuación o sus posiciones polA�ticas, es indudable la conducta solidaria de los principales secretarios generales y dirigentes histA?ricos de la CGT, llA?mense Luis Gay, JosA� Espejo, Eduardo Vuletich, AndrA�s Framini, JosA� Alonso, Raimundo Ongaro, Augusto Vandor, AgustA�n Tosco, RenA� Salamanca, JosA� Ignacio Rucci o SaA?l Ubaldini, por citar sA?lo algunos nombres de una larguA�sima lista, que incluye a la gigantesca mayorA�a de los miles de cuadros que tiene hoy el sindicalismo argentino. Todo ello, sin contar los innumerables compaA�eros que se desempeA�an en los cargos intermedios de las estructuras gremiales.

Todos los gremialistas que acabo de mencionar vivieron austeramente y, en mA?s de un caso, incluso en la pobreza, muy a pesar de la denigrante y estA?pida cantinela de todo pelaje, cuyos exponentes vieron en el peronismo a�?el hecho maldito del país burguA�sa�?, tal como lo decA�a John William Cooke. Es muy fA?cil de comprobar lo que digo. Basta comprobar que, una vez fallecidos esos dirigentes, muchos de ellos asesinados, dejaron a sus familias en serias dificultades. Para vivir, la mayorA�a de sus esposas e hijos debieron recurrir a la solidaridad de sus compaA�eros.

El mito de un Vandor a�?millonarioa�?, por tomar un solo ejemplo, no se sostiene ante la realidad de que su viuda tuvo que trabajar 25 aA�os mA?s para jubilarse y seguir viviendo en el mismo departamento de dos ambientes de la calle Emilio Mitre. Qué rara forma esa de a�?robara�? para seguir siendo pobre, sin siquiera asegurarle el futuro a su familia.

Recordemos, ya que hablamos de muertes o, mejor dicho, de asesinatos, que el movimiento obrero argentino ofrendA? la vida de mA?s de veinte secretarios generales desaparecidos durante el Proceso de Videla y MartA�nez de Hoz. Y lo menciono asA� porque muchos de los que hoy hablan desde posiciones dominantes y con poder de decisión fueron socios de esos tenebrosos personajes.

A esos compaA�eros que forman parte del martirologio de nuestro pueblo hay que agregar la larga lista de dirigentes y militantes sindicales asesinados en los aA�os setenta por pseudorrevolucionarios que despotricaban contra la supuesta a�?burocracia sindicala�? o por las bandas lopezreguistas. Los violentos siempre forman parte de esa secta, transversal a las ideologA�as. Nunca les importA? el zanjA?n de sangre y dolor que dejaron detrA?s de sus alocadas aventuras.

Todo ello vuelve mA?s indignantes los casos de corrupción en las filas del movimiento obrero. Hay que ser un cretino completo para que, despuA�s de dedicar aA�os de vida a la militancia gremial, se manche al conjunto de la dirigencia luego de alcanzar un cargo de poder. El poder sirve para transformar a la sociedad, para mejorar la vida de los compaA�eros y compaA�eras, no para alimentar la ambición de nadie.

Cuando veo a esos idiotas del dinero fA?cil, me viene a la memoria la actitud de JosA� Espejo, hombre de confianza de Eva PerA?n y del General, que acumulA? un enorme poder. Cuando tuvo que irse, lo hizo sin pestaA�ear, en silencio, respetando las reglas de la militancia gremial y polA�tica; y buscA?ndose un trabajo, en su caso, repartiendo vino casa por casa, hasta su jubilación.

Los que se quedaron en el 55. El bloque mediA?tico, la corporación judicial y el particular poder polA�tico-econA?mico que hoy nos domina hacen lo imposible para convencer al hombre comA?n de que estamos a merced de un grupo de filibusteros, vulgares chorros disfrazados de gremialistas, cuya A?nica aspiración serA�a alcanzar el poder para dedicarse a esquilmar a sus compaA�eros.

Ese discurso o, mA?s bien, ese relato de ficción, se inserta en un entramado ideolA?gico y sociolA?gico al que podemos definir como los nostA?lgicos de la dictadura instaurada en 1955, la mal llamada Revolución Libertadora. Esa que se hizo para que a�?el hijo del barrendero siga siendo barrenderoa�?, según el no muy elaborado pensamiento del almirante Arturo Rial. En ese barro, mezcla de revanchismo, desprecio por el prA?jimo y odio a los pobres; se amasA? el pensamiento prejuicioso y la acción disociadora de muchos en nuestra vapuleada Argentina. La a�?grietaa�?, que tanto se menciona, tiene un origen mucho mA?s antiguo que el expuesto en tiempos mA?s recientes.

No es mi intención aqué fungir de historiador, pero sA� recordar algunos hitos de esa desdichada trayectoria. El general Aramburu y el almirante Rojas creyeron que destruyendo el movimiento sindical harA�an desaparecer al peronismo. Lo que lograron fue el nacimiento de la Resistencia Peronista. El presidente Frondizi, un dirigente de primera lA�nea con orA�genes de radical probo, acudiA? al ingeniero Alsogaray con las mismas intenciones, y ya sabemos en qué terminA?. OnganA�a le encomendA? la misión a Krieger Vasena, con el resultado de los Rosariazos, Cordobazos y demA?s puebladas. LA?pez Rega lo intentA? con Celestino Rodrigo; Videla y MartA�nez de Hoz lo emprendieron con el peor genocidio de nuestra historia. El doctor AlfonsA�n, obnubilado por su amigo GermA?n LA?pez, que se habA�a quedado anclado en 1955, pergeA�A? la llamada a�?ley Muccia�?, y el resultado fue la mA?s continuada protesta obrera contemporA?nea. Cavallo lo intentA? hasta que su sueA�o mesiónico naufragA? tras la odisea de la Banelco, poniA�ndonos al borde de la desintegración y el riesgo de una guerra intestina de todos contra todos.

Esta historia, de mA?s de sesenta aA�os, que sumiA? a la Argentina en estA�riles confrontaciones, fue movida por ese sueA�o eterno, para usar las palabras de AndrA�s Rivera, de desintegrar al movimiento obrero organizado y, por esa vA�a, devorarse al peronismo.

Los ataques desde la doble moral. El actual embate apela a unos pocos casos excepcionales que pretenden manchar a todo el movimiento obrero y, lo que es mA?s grave, buscando otorgar a los funcionarios de turno una injerencia que no les compete. De eso se trata la anunciada intención de emprender auditorA�as o controles sobre las organizaciones gremiales, en una violación de las normas internacionales y nacionales que les reconocen independencia del Estado y de los gobiernos. Esos anuncios olvidan que los sindicatos no manejan fondos pA?blicos, sino fondos de sus propios afiliados. PodrA�a acaso tener algA?n sentido si en la Argentina hubiese un sistema de afiliación obligatoria. Pero en nuestro país la afiliación gremial es completamente voluntaria, y los sindicatos son entidades civiles, no oficiales, cuyos dirigentes responden exclusivamente a sus afiliados. Son estos los A?nicos con derecho a fiscalizar, lo que efectivamente se hace a travA�s de la presentación anual de balances ante las asambleas y demA?s medidas de control de la gestión, de acuerdo con los estatutos de cada sindicato.

Las prestaciones sociales y mA�dicas de los sindicatos argentinos constituyen una tarea sorprendente; es tan potente que llama la atención incluso de dirigentes gremiales de países mA?s avanzados, donde a pesar de contar con mejores condiciones econA?micas no tienen coberturas tan amplias y eficientes. A?No serA? este el verdadero problema que molesta a algunos representantes de poderosos intereses? A?No serA? que no soportan a quienes consideran a�?feos, malos y suciosa�? porque construyen poder econA?mico con el objeto de discutir de igual a igual?

Si los funcionarios estA?n tan preocupados por controlar las cuentas de organizaciones civiles particulares, A?por qué no auditan a entidades financieras o a la Sociedad Rural? Entre sus directivos o asociados hay mA?s de un alto funcionario del actual gobierno, y el famoso bono recibido por un ministro, otorgado por una organización que A�l mismo presidA�a hasta minutos antes de asumir el cargo pA?blico, no es precisamente un ejemplo de transparencia. Por el contrario, sA� es una muestra clara de un doble estA?ndar moral que se extiende a otros hechos que ocupan la primera plana de los diarios. Todo esto sucede ante la mirada impertA�rrita de la Oficina Anticorrupción, un organismo que, cuando se trata de colegas funcionarios, a lo sumo expresa reconvenciones mA?s propias de una maestra jardinera a sus niA�os que las de quienes deben velar por la A�tica pA?blica. En cambio, si los seA�alamientos apuntan a algo someramente relacionado con un sindicato, esgrimen intervenciones, las llevan a cabo y, en lugar de sanearlo como prometen, lo terminan convirtiendo en una caja de Pandora.

La viga en el ojo del Gobierno. Las preguntas que se imponen son las siguientes: A?fueron los sindicatos los responsables del atraso argentino?, A?qué rol jugA? el mundo empresario?, A?qué intereses manejA? y maneja el complejo mediA?tico, que muchas veces se desentendiA? del destino del país?, A?cuA?les fueron las obligaciones que evadiA? nuestro sistema judicial para acomodarse a los diferentes a�?tiempos polA�ticosa�??

Entre tanto, la clase polA�tica, para defender espacios de poder que muchas veces tienen apenas el tamaA�o de una baldosa, pacta cualquier acuerdo a cambio de veinte monedas. A?Acaso no acabamos de verlo en las llamadas a�?reformasa�? previsional y tributaria, verdaderos ajustes para favorecer a los sectores mA?s concentrados de la economA�a, a costa de los mA?s vulnerables?

Lejos, muy lejos de cumplir el mandato evangA�lico de prestar atención a la viga en el ojo propio mA?s que a la paja en el ojo ajeno, quienes nos gobiernan pretenden presentarse como si hubieran sido creados por A?ngeles celestiales.

Todos los dA�as nos enteramos de parientes de autoridades beneficiados por decretos de blanqueo, condonaciones de deudas con el Estado; de directivos, socios o accionistas de grandes empresas, quienes, no habiendo transcurrido el tiempo legal y, en mA?s de un caso, sin haberse siquiera desprendido de esos intereses, pasan de la noche a la maA�ana a ser ministros y secretarios en A?reas que afectan a esas mismas corporaciones. Tenemos un ministro de Hacienda declarando el ochenta por ciento de su patrimonio en el exterior. A?Son verdaderos funcionarios pA?blicos o siguen siendo los mismos CEO de siempre, encaramados en los organismos del Estado? A?A esto pretenden llamar capitalismo en serio? Tengo todo el derecho a expresar mi recelo sobre estas situaciones.

La misión del sindicalismo. Se estA? promoviendo una idea que no busca elevar las prA?cticas morales sino atacar al sindicalismo, intentando impedir que cumpla con su misión y razA?n de ser: la defensa de los intereses de los trabajadores y los mA?s necesitados. Es decir, de todos aquellos que, en palabras del papa Francisco, son la a�?periferia existenciala�? en un mundo injusto y egoA�sta: nuestros viejos, nuestros niA�os, nuestros jA?venes que no pueden trabajar ni estudiar, los millones de argentinos que no consiguen llevar a sus casas lo necesario para parar la olla diariamente.

Es una primitiva y rudimentaria idea para convencernos del destino elegido por las vA�ctimas de la injusticia y la desigualdad, quienes preferirA�an un plan de ayuda al orgullo de ser obrero y ganarse el pan con el sudor de su frente. Es una mirada tan antigua y retrA?grada, que ya hace mA?s de un siglo fue denunciada por nuestros mejores intelectuales y artistas, impecablemente retratada en esa maravillosa obra de Ernesto de la CA?rcova, Sin pan y sin trabajo, pintada en 1894. Ya entonces se acusaba de a�?vagosa�? a los excluidos y explotados, y de a�?vividoresa�? a quienes, sacrificando tiempo y descanso, luchaban por organizarlos.

Ahora, con un discurso pretendidamente a�?modernoa�?, nos apabullan con los mismos prejuicios y rencores. Que quede claro: los trabajadores soA�amos con una democracia moderna, con instituciones republicanas sA?lidas, en una Patria donde la corrupción sea la excepción y no la norma, con la estrella polar que guA�a a la Doctrina Social de la Iglesia dentro de una concepción que conduzca hacia la verdadera armonA�a en la comunidad, que supo tener entre nosotros algunos defensores como Enrique Shaw, el A?nico empresario propuesto para santo. Si el empresariado siguiese esas enseA�anzas, no solo no habrA�a divergencia de objetivos con el mundo del trabajo, sino que la alianza entre ambos serA�a casi indestructible.

Esa vocación mayoritaria del sindicalismo argentino es la que estA? bajo ataque.

Lamentablemente, estamos enlodados en un mundo dominado por la a�?cultura del descartea�? y, en lo que nos concierne, en una Argentina desigual e injusta; por eso, la misión de las organizaciones sindicales sigue vigente, por mA?s que se la pretenda denigrar, encorsetar o encuadrar, caracterizA?ndola como el final de un ciclo histA?rico.

La agresión contra los sindicatos no es nueva y siempre ha estado vinculada a polA�ticas tendientes a concentrar cada vez en menos manos la riqueza e imponer condiciones progresivamente peores a las grandes mayorA�as. En su historia, el movimiento obrero atravesA? etapas mucho mA?s duras; basta recordar que ha luchado sin tregua durante los regA�menes autoritarios.

Los trabajadores sufrimos la proscripción, los fusilamientos de la llamada Revolución Libertadora; la a�?movilización militara�? y la aplicación del Plan Conintes bajo Frondizi y Guido; la represión del onganiato y el plan sistemA?tico del terrorismo de Estado de la dictadura genocida de 1976. Y pese a su brutalidad, esos ataques no pudieron destruir nuestra convicción de bregar por una Patria justa, libre y soberana.

Entonces, si con toda esa violencia no consiguieron desarticular ni hacer desaparecer al movimiento obrero organizado, no serA? sembrando el desprestigio que podrA?n doblegar la voluntad de quienes hemos decidido dedicar nuestra vida a defender a la mA?s vieja nobleza del mundo: la dignidad de los hombres de trabajo.

 

*Secretario general de la CGT.

 

Juan Carlos Schmid