La alianza oficialista se presentó como un sujeto de neutralidad ideológica, hasta convertirse en una corporación que introdujo cambios con una velocidad y eficacia récord. Ha llevado a cabo la transferencia de ingresos más importante de la historia argentina reciente. Como resultado la tasa de pobreza ha crecido, el salario ha caído, la jubilación se ha reducido y el desempleo ha crecido. El Gobierno perdonó deudas a empresas energéticas y autorizó subas descomedidas de tarifas. Redujo impuestos y retenciones a los sectores más robustos y en solo 2 años, tomó más deuda que Carlos Menem en una década. En los propios votantes abundan miedos, dudas, y también negación.
En 2019 estamos igual que en 2018, pero con nuevos estropicios. Todo apunta a llegar a las elecciones sin que el dólar vuelva a hacer ruido. Para que ello ocurra, debería renovarse un porcentaje importante de letras del Tesoro y la inflación debería ser menor a la máxima registrada durante el gobierno de Cristina. Los expertos en inflación no tienen certezas.
Que la economía sea un factor negativo a la hora de votar es un problema para el oficialismo. Recuerde que la sensación de bienestar de 2017 ganó las elecciones. Aun en 2018 se hablaba de un “Macri eterno” que lograría 15% de inflación anual, dólar de $20 y crecimiento de 3,5% a fines de año. Si lo hubiera logrado la fórmula Fernández-Fernández estaría 10 puntos debajo, en lugar de 6 arriba.
Con la economía en contra, y una diferencia de 6 puntos porcentuales, todo indica que el “mientras tanto” será angustiante después de las PASO. Llegarán las elecciones de octubre, sin reactivación, con tipo de cambio más alto e inflación piso de 2%. Inflación populista, con desempleo ultra ortodoxo.
Si todo sale bien, 2019 finalizaría con una caída del PBI de 1,5%. Y, en el último trimestre, estará 5% debajo del nivel que registró en el último trimestre que creció. La performance actual de la economía es la peor de las últimas recesiones. ¿Cómo se podría empeorar esta combinación?
Por Pablo Tigani-amfin