La noticia era el broche de oro que esperó Nicolás Dujovne, el ministro de Hacienda, antes de partir hacia Villa La Angostura, donde pasará fin de año: el secretario de Energía, Javier Iguacel, había decidido, finalmente, anunciar que dejaba su cargo.
Aunque hace días que el titular del Palacio de Hacienda sabía de la salida, desde hace meses Dujovne había comenzado una suerte de intervención progresiva de Iguacel. Primero le quitó el área de Jurídicos, luego del papelón del anuncio del aumento de gas para compensar a las empresas, y luego avanzó sobre otras áreas lentamente.

“Lo domesticamos”, confiaban en el Palacio de Hacienda semanas atrás, en alusión al ímpetu que solía imprimirles a sus decisiones el ahora exsecretario. En particular, sus diálogos personales con el presidente,Mauricio Macri, y el entonces asesor Gustavo Lopetegui, en Olivos, sin la presencia de Dujovne.

En Casa Rosada revelaron a perfil que el malestar con la gestión de Iguacel llegó a plantear una virtual intervención de mayor escala que incluía la salida de parte de su staff de confianza y la llegada de, al menos, dos funcionarios de confianza de Lopetegui. De hecho, el área de Comunicación ya había sido intervenida tras el anuncio de la última suba del gas, hace dos meses.

A ello se le sumó la enemistad manifiesta con el presidente de YPF, Miguel Gutiérrez, amigo personal del ministro de Hacienda. Dujovne y la petrolera funcionan de manera conjunta pero Iguacel intentó, en varias oportunidades, cambiar el directorio, sin suerte. Es más: rechazó el plan de inversiones que le presentó Gutiérrez y los encuentros se volvieron tensos. Para peor: en el directorio de la petrolera está el abogado personal del presidente, Fabián “Pepín” Rodríguez Simón, quien apenas saludó un par de veces a Iguacel. Pepín se resistió a la intervención de Iguacel en el directorio y despotricó a viva voz contra el ahora ex secretario por su idea.
Como contrapartida, el mejor amigo del Presidente, Nicolás Caputo, le tenía simpatía, al igual queGuillermo Dietrich, el ministro de Transporte y quien lo llevó, primero a Vialidad Nacional a comienzos de la gestión, y luego lo propuso para el área energética.
No le tuvieron la misma simpatía, en 2017, los candidatos bonaerenses de la segunda sección electoral, donde él actuó de “facilitador” por ser oriundo de Capitán Sarmiento, donde probó en 2015 con ser intendente y quedó muy cerca.
El jueves al mediodía, mientras el gabinete almorzaba con Marcos Peña en la oficina del jefe de Gabinete, Iguacel fue a ver a Lopetegui. Allí hablaron de la transición pero en el sexto piso del Palacio de Hacienda nada dijo. ¿Habrá derramado alguna lágrima el jueves? Era el rumor que corrió ayer por pasillos oficiales de Balcarce 50.
Por lo pronto, los consejos de la actriz Cecilia Maresca, con quien tomó clases de oratoria, le permitieron cobrar confianza en los medios de comunicación. Pero sus ganas de subir su perfil chocaron con las apetencias del jefe de Gabinete, quien regula las salidas de funcionarios de acuerdo con la estrategia que traza.
“Javier es un buen tipo pero siempre chocó con su propio ego”, confía uno de los funcionarios que más lo sostuvo desde que entró en Cambiemos.
El diálogo directo con el Presidente lo ilusionó. Años atrás, en pleno caos político en la Ciudad, el entonces ministro de Hacienda porteño, hoy intendente de Lanús, Néstor Grindetti, le dijo a su equipo: “Así como Mauricio se enamora de alguien, se desenamora con facilidad”. La frase retumbó fuerte en la Jefatura de Gobierno porteño en aquel entonces. Iguacel no había llegado al PRO aún. Le hubiera servido de consejo.