Por Lautaro Burket.

“Hey, ¿viste al PCC?” “Hoy toca el PCC” se susurraba, por lo bajo, entre vasos de cerveza y cigarrillos, en conversaciones entre amigos y desconocidos, aliados en la misión de proteger la luz de un animal brillante, oscuro, distinto, que daba sus primeros pasos en una ciudad de nichos esclarecidos como el punk, el reggae, o las bandas de covers.

Tiempo dorado y confuso ese de los veintitantos años; ideas inciertas acerca del futuro, algunas intuiciones sinceras sobre el arte, la amistad y disponer de tardes enteras como esas que pasamos en lo de Santi, ese gran amigo que nos prestaba su casa/hogar/asilo de La Perla para componer canciones, intercambiar ideas, música, cafés, fasos, libros, discos, viajes, películas, experiencias; el limonero del patio colmado de fruta, las enredaderas del patio marcando los cambios de estación, los años, los meses; Yolanda, la madre de Santi, trayendo vasos y cerveza fría a los músicos sedientos que eran mil, que éramos demasiados, que estábamos siempre, que no teníamos nada mejor que hacer que agarrar un instrumento y hacer ruido hasta que el cielo iba cambiando de color, se iba otro mediodía, otra tarde, otra noche, y nos encontraba siempre enroscados en la íntima necesidad de comunicar algo de lo que veíamos en la calle, en la sociedad, en la vida: desajustes, sensaciones, intuiciones, bellezas…

Según la leyenda, el nombre “PCC” (Partido Conservador Corporativista) nace de un juego de palabras entre Juani, César y Naku que consistía en imaginar la peor forma de organización política posible… Un “Partido Conservador Corporativista” fue, entonces, la opción elegida: una asociación política despótica, oscura, opresiva, surgida con el único interés de depredar los recursos del planeta y enriquecerse a costa de la decadencia y el desamparo de millones de seres. El más maligno de los gobiernos. Un escenario distópico. Viendo el resurgimiento actual en Latinoamérica de neofascismos disfrazados de gobiernos “liberales” (como el de Milei en Argentina) podemos decir que el PCC avizoró un contexto de caos y desintegración social e institucional que en esos años parecía lejano y hoy tristemente pugna por materializarse.

El PCC, sin embargo, no era una ironía, un juego de palabras; más bien todo lo contrario: en esos años felices fue un conjuro artístico destinado a unir seres bajo la frecuencia del amor y un precioso sentido de comunidad. Fue una “organización musical política horizontal” sin delegados, jefes, managers, ni representantes; “El PCC somos todos” era la consigna entonces y así fue siempre. Los que íbamos a los recitales, los que escuchábamos, los que acompañábamos a este proyecto musical lo sabíamos: El PCC era uno solo, éramos todos.

Dos teclados y una batería. Un hecho musical inusual, distinto, difícil de catalogar. Eso era El PCC. Enumerar géneros como Synthwave, Darkwave, Tecno, IDM, sería reducir su potencia a dos o tres coordenadas visibles. Para mí era un proyecto de rock/electrónico; para un amigo y miembro de “El Partido”: rock artesanal. Cada cual tenía su versión, su sensación íntima, su impresión personal… ¿No era ese, acaso, el signo evidente de las virtudes artísticas de EL PCC? ¿No era esa la verdad personal, intransferible que experimentamos (y buscamos experimentar) cuando consumimos arte?

Entre la distorsión, el ruido, la gente, las luces rojas, la niebla del escenario, el muñeco de South Park colgando de un teclado, el olor a palo santo, la mística, había algo más: una alegría silenciosa, íntima, de pertenecer a un momento histórico, de ser parte de un proyecto musical que nos hacía sentir especiales, representados. Como escribió alguna vez Rosario Bléfari: “Siempre tengo la sensación de que cada momento que vivimos es histórico, de ahí la importancia de estar en el presente, ir a recitales, encontrarse con amigos, leer a escritores que viven, ir al teatro, ver películas que se estrenan, escuchar los discos, hablar con las personas, recorrer la ciudad caminando, ir una marcha, presenciar una sesión del congreso, hacer un trámite, ir al mercado, tener un proyecto y llevarlo adelante como sea, aunque alguien lo considere un fracaso, participar en lo que sucede, como sea, estar, vivir lo contemporáneo, sin nostalgia, es lo mejor incluso para cuando nos pregunte alguien si tenemos algo que contar”.

Un acierto del PCC durante esos años felices fue su capacidad para leer algunas coordenadas del momento histórico argentino. Eso sucede en “Chumbo”, por ejemplo, un track áspero y persecuta del disco “Guerra tibia” (2019) que comienza con un sampler del famoso video -hoy diríamos “viral”- en que un tipo de unos sesenta años explica en una exposición de armas cómo salir ileso después de matar a un delincuente si este entrara a robar a su casa. El video, que actualmente la generación +30 registra como consumo irónico, condensaba entonces esa vibración espesa, parapolicial, uniformada, que abunda en muchos seres amantes de las armas, las fechas patrias y el nacionalismo extremo, gente siempre dispuesta a encontrar ocasiones y razones suficientes para “defenderse” a los tiros. Nada más alejado de lo que representaba y proponía artísticamente EL PCC. Nada más lejos de las modulaciones afectivas que lograba sincronizar el trío marplatense en cada recital. Sin embargo, estas frecuencias oscuras que se percibían socialmente, esos “viejos vinagres” cerrados a la afectividad con los que convivíamos a diario en el trabajo, en la calle, que estaban ahí en la vida misma de todos los días resonaban por contraste con lo que queríamos vivir y servían como combustible para hacer funcionar el motor expresivo de EL PCC. Es que la juventud que movía en cada recital El PCC -y por juventud me refiero a una actitud de apertura hacia lo desconocido,  a un estado de ánimo de alegría y sorpresa, a ganas de encuentro y no a una edad cronológica determinada- fue entonces el sentido que nos aglutinó durante esos años felices.

El track “Molinitos”, del disco “Partido Conservador Corporativista” (2017) comienza con un sampler en que se escucha la voz de Diego Peretti diciendo en un tono entre acusatorio e interrogativo: “¿asegura usted haber abusado sexualmente de menores, ser un pederasta, más comúnmente llamado bufarra, bufarreta, bufarrón, sopapa, comeniños, pimentero…?” Las palabras del actor se van mezclando con unos teclados aniñados, lúdicos, de canción infantil, que amplifican el contenido de las palabras de Peretti bordeando otra problemática oscura de nuestra sociedad como es la de los abusos infantiles.

No puedo asegurar que El PCC se planteara conscientemente denunciar ciertas problemáticas sociales puntuales, sí me parece -y es evidente- que poseía un talento natural para captar el “tono” en que esas cuestiones del panorama social resonaban en la gente. Dicho de otro modo, el trío marplatense supo expresar el campo semántico asociado a ciertas experiencias, personas y situaciones y logró expresarlo a través de la sugerencia, adquiriendo así una impronta singular dentro de la escena artística marplatense.

Pero no todo era intento de denuncia en El PCC, también había en su repertorio musical composiciones luminosas, súper pegadizas y bien construidas como “Ovo” o “Coolpa”, que evidenciaban el impresionante manejo de los ritmos y las melodías que caracterizaba a la banda. Quiero destacar también el misticismo de “Vegetariano”, una canción del disco “Guerra Tibia” (2019) con destello de epifanía, de claridad, de éxtasis y comprensión profunda de la realidad, una especie de “mantra” que el trío marplatense solía tocar al final de sus shows para que, cansados de bailar, nos vayamos a descansar tranquilos y con conciencia de unidad.

El PCC captaba vibraciones; dejaba que la música fluyera hacia un territorio incierto, inexplorado, y que las y los oyentes pudieran construir sentido a partir de sus experiencias personales. No entregaba todo masticado. No decía a quién o qué había que seguir. De esa matriz ambivalente –que solemos encontrar en las expresiones artísticas que desafían el paso del tiempo- se nutrió EL PCC durante aquellos años felices y esa matriz, a su vez, los nutrió a ellos. Esa matriz fue la vibración armoniosa y libre que se respiraba en cada recital de la banda.

Durante esos años felices que tocó EL PCC nos divertimos, experimentamos, disfrutamos; ahora la vida sigue, tenemos otros trabajos, otras parejas, otros proyectos, algunos amigos viven en el exterior, otros siguen acá, en Argentina, pero lo importante, lo más importante, es que si hablamos del PCC seguramente vamos a sentir una descarga eléctrica en los pies y la sensación de que alguna vez formamos parte de un momento muy especial.