Carla Romano está sentada frente a su pareja en una cervecería de Barrio Norte. Los focos que cruzan las veredas y los barriles donde el Chavo del 8 ahogaba indicaban que, además del 2×1 en ipa, apa y epa, también se comía. Pidieron.
Carla está en ese momento llevándose la hamburguesa a la boca para el primer bocado de la noche, el más rico, el que abra la velada a la luz de los focos de bajo consumo, hasta que llegue la moza y les diga: “Ya se terminó el happy, amiga”. No importa. Nada podía arruinar esa noche después de todo lo vivido, después de lo que pasó en septiembre del año pasado: “Me dio covid positivo. Los síntomas fueron leves dolores en el pecho, pérdida del olfato y del gusto”.
Dada de alta, la escena de la hamburguesa pasó en diciembre. Todavía sin olfato ni gusto, Carla Romano, optimista por naturaleza desde que nació hace 28 años, se juró que nada iba a arruinar esa noche. Nada iba a sentir en el gusto Carla, pero sí por primera vez una sensación que nunca le había pasado: “Agarré la hamburguesa y casi vomito. Empecé a sentir un olor feo, a cloaca, al agua servida, a carne podrida”.
“Ese día, en el bar que te cuento, estaba por comer la hamburguesa. Digo: ‘Ya está: tengo que comer, ya está’. Pero al principio sentí que estaba cruda. Mi pareja me dijo que estaba bien: ‘No tiene nada’. Pero no pude. Y no la comí. Con lo que me gustan, desde ese momento, no puedo ver las hamburguesas, ni la carne molida. La misma sensación me pasa con las milanesas. Después con el pollo. Tampoco tolero los guisos ni las salsas ni los condimentos. Nada que tenga ajo, provenzal. Como comida por comer. Solo distingo la sal, nada más”, cuenta Carla este sábado a la mañana en diálogo con el diario el tucumano, luego de hacer pública su historia en un grupo de Facebook.
“Me alimento de frutas, yogures, o como pizzas, pero sin salsa: pan y queso. Bajé muchísimo de peso, tengo anemia, y con todo esto es peor. Fui a un otorrino y me dice: ‘Si no me hubieras que tuviste Covid, te diría que es un tumor en la cabeza. El Covid te afecta el cerebro: lo que estás sintiendo son olores fantasmas, pero son cosas que le pasan a mujeres mayores de 60”.
No le dieron muchas opciones que digamos en la consulta a Carla, quien desde septiembre no siente gusto ni huele nada. “Algunos médicos me dijeron que puedo estar así dos años o que, si quiero dejar de tener estos olores nauseabundos con algunas comidas, hay una operación en las fosas nasales pero que te hace dejar de oler por completo».
«La única opción es volverme vegana, para no sentir ese olor. Pero tampoco quiero dejar de comer carne. Hay un único tratamiento que es re caro: ya gasté 4000 pesos. ¿Cómo hace la gente que no tiene obra social?”
Después de la escena de la hamburguesa, Carla tiene un asado en un quincho en Los Aguirre. Pone la mejor cara que puede, pero la familia se da cuenta que algo le pasa: “Me puse re idiota porque hasta el humo ya me da naúseas. Hasta llegué a creer que podía estar embarazada y nada que ver. Solo distingo lo salado de lo dulce».
«Intenté distinguir lavandina, alcohol y vinagre y nada. ¡No es normal! Y yo soy una persona normal. ¡No puedo comer un sánguche de milanesa! Todo te bajonea. Yo soy positiva. Hay gente que se deprime. Pero todo esto no es normal. Encima la gente no te cree, piensa que exagero: ‘Ay, no exagerés’, te dice”.
“La historia que yo publiqué esta semana fue para saber si otras personas habían pasado por esto. Hay chicas que me mandaron por privado diciéndome que comían lo mismo, igual, de todas maneras, torturadas. Anoche mis hermanos se compraron un sánguche de milanesa. Pensé: ‘Le voy a hacer un mordisco’. Pero me vino la náusea de nuevo. Te juro que te da bronca. Casi no salgo. Máxime que las inviten a mis hijas a un cumpleañitos, yo no como nada. Le perdí el amor a la comida”.
“Me agarra mucha angustia, de verdad. Es horrible. Tengo mucho acumulado. Cuando lloro, lo hago a escondidas o cuando me baño para que mis hijas no me vean. Es horrible lo que estoy pasando, no es normal. Otras chicas me dijeron que le sienten el feo sabor a la gaseosa, o a los perfumes, pero el 70% a la carne y al pollo. Al huevo tampoco lo tolero. Llego a comer con ese olor, lo vomito”, jura Carla, quien espera que un especialista en el Hospital Padilla revise su caso, pero no consigue turno y a través de la nota espera llegar a que su caso se visibilice.
“También me dijeron de ejercicios para hacer todos los días. Que huela cuatro cosas: romero, algún desodorante de piso y que los imaginara. O que me hiciera lavados nasales con naranjas como un vaho. No comer me trae un montón de dolor de cabeza, hay gente que la pasa muy mal. Supuestamente lo que tengo se llama fantosmia, es decir, que están cambiados los olores, distorsionados. Mi cerebro tiene un recuerdo distorsionado del aroma de un guiso, por ejemplo. Hay gente que siente olor a humo o a quemado. De última me iré a un neurólogo. Pero ya no sé qué hacer. Te juro que ya no sé qué más hacer”. /eltucumano