“Kassandra” no es Casandra. Es la obra de teatro sobre texto de Sergio Blanco que se viene presentando los domingos a la noche en El Séptimo Fuego: un unipersonal interpretado por Marcos Moyano, y dirigido por él mismo en conjunto con Viviana Ruiz.

Casandra no es lo único en “Kassandra”. Esta última es una versión deconstruida del mito, puesta en boca de un personaje femenino que nació en cuerpo de varón. Que nació princesa y es trabajadora sexual. Que nació troyana y habla inglés para sobrevivir en otros lugares del mundo. Pero que siempre, todo el tiempo, fue violentada por hombres y mujeres, silenciada e ignorada, considerada loca y hasta empujada a la esclavitud.

El mito de Casandra es el paradigma de la violencia patriarcal. Apolo le escupió la boca en señal de su desaire, y eso que se decía el dios de la mesura: como ella no le brindó sus favores amorosos la maldijo de manera tal que nadie le creyera, de manera tal que fuera en vano su posibilidad de ver el futuro. De ver qué iba a pasar. Su destreza para mirar la realidad de otra manera, lejos de la racionalidad patriarcal de los hombres de guerra.

El espectáculo deconstruye también el género en un falso stand up, y propone a un personaje contando su historia y hablando de sí mismo, jugando en los ribetes del paradigma verdad y mentira, realidad y ficción, hasta tener el control absoluto del desempeño del grotesco, hasta esta periferia donde Casandra siempre ha habitado y ahora llega Kassandra para echarle luz y darle una voz.

Para ver “Kassandra” no hace falta hablar inglés, hay que tener la voluntad de entender la historia de una desterrada que busca una lengua acordada, artificiosa y teatral, para narrarnos su historia. Para ver Kassandra tampoco hay que saber demasiado sobre la Guerra de Troya: puede leerse esta historia de lo que se cuenta, la puesta en palabras de quien comparte el destino de aquella que fue invisibilizada desde que tiene memoria.

La puesta es austera, pero pone en juego recursos contemporáneos en un entorno despojado que sin embargo no da respiro.

Esta es sin duda una versión incómoda de la ya incómoda Casandra: una forma de otorgarle la palabra a aquella que “sabe”, y que sin embargo ha sido empujada a las sombras. Como han sido empujadas a las sombras todas aquellas mujeres que recibieron en la boca el escupitajo del hombre apolíneo que decidieron rechazar.

Igual de ignorada que todas aquellas que intuyen sin fundamento racional. Aquellas que no pueden explicar su conocimiento por la física newtoniana, porque lo que tienen es un saber que les viene de la tierra y de las vísceras. “Kassandra” está en las sombras, y desde allí mira a su auditorio con agradecimiento, porque a ella sólo le queda contar. Poner la historia en palabras, que al final de la cuenta son lo único que queda. No falten, no dejen su mesa vacía porque ella no lo resistiría.

Por Adriana Derosa