Cuando se avecinaba la Pandemia por coronavirus, una segunda alerta mundial se encendió: la crisis económica global, el desempleo, el duelo por los fallecimientos masivos en algunas familias y el aislamiento social traerían una ola de suicidios que podría agravar seriamente el número de fallecimientos al finalizar la misma.

Sin embargo, las primeras estadísticas en los lugares donde pasó la primera oleada del virus trajeron las primeras sorpresas. En Japón, las tasas de suicidio bajaron cerca de un 25%.

Puntualmente, este país fue uno de los que mejor controlaron la diseminación del virus mediante el confinamiento. Las primeras conclusiones a las que se llegó apuntan al aumento de la contención familiar como principal factor de cambio.

En Nueva York, se registraron aumentos de la cantidad de suicidios durante los meses de abril y mayo con una vuelta a las tasas “normales” en el mes de junio. Algo similar se registró en Italia, pero con un mes de antelación. ¿A qué se pueden atribuir estos fenómenos? ¿Se puedan ya sacar algunas conclusiones? Si nos basamos en los antecedentes científicos, sí.

Lo primero que hicieron en Nueva York fue evaluar estadísticamente a la población en donde el suicidio se presentó.

La sorpresa fue mayúscula. El personal de la salud y los pacientes recuperados predominaron en las tablas que registraron suicidios consumados e intentos fallidos; mientras que en las personas no afectadas tan directamente por la pandemia, los números habían disminuido. Lo del personal de salud, podría entenderse, pero ¿en los pacientes recuperados? ¿Qué podría ser? ¿Un estigma? ¿Discriminación laboral? ¿Estrés postraumático?

La respuesta los va a sorprender: hay una explicación fisiológica.

Desde la aparición del SIDA, hoy Enfermedad por VIH, se empezó a estudiar el comportamiento del virus a nivel cerebral. Una de las conclusiones más relevantes a las que se llegó es que se relacionó la depresión y el suicidio (consumado o no) con el aumento de ciertos marcadores de inflamación. Con esos datos, se empezó a indagar en otras enfermedades crónicas (tuberculosis, cáncer, parasitosis crónicas, enfermedades reumáticas) y se encontraron resultaros similares.

En 2016 se publicó un mega estudio que relacionó en forma muy evidente al aumento de la Interleuquina 6 (una hormona proinflamatoria) con la tasa de suicidio e intentos de suicidio. Y resulta que, durante la infección por Coronavirus, la Interleuquina 6 aumenta en forma considerable. Recordemos que esta infección genera una “explosión inflamatoria” como respuesta del cuerpo. En el personal de salud, también los valores de Interleuquinas están elevados (aunque no tanto como en los pacientes); principalmente por el estrés agudo, seguido de uno más sostenido. También los valores de cortisol (corticoide natural que sirve como marcador de estrés crónico y depresión) están por encima de lo normal en este grupo.

Los neoyorquinos ya están estudiando la relación entre esta hormona y la conducta de los pacientes dados de alta post infección severa. En principio, ya estadificaron que el 87% de ellos sufren algún tipo de depresión y un 15% han cometido suicidio o lo han pensado.

Quizás algunos recuerden que, a principios de la Pandemia, se habló de una panacea que podría curar rápidamente la enfermedad: el interferón. Los resultados clínicos fueron muy alentadores en un inicio, pero también se darán cuenta que ya no se habla de él. Si nos retrotraemos a estudios de hace 20 años, hay claras evidencias que relacionan a este fármaco con el aumento de la Interleuquina 6 y el suicidio. No afirmo, porque lo desconozco, que ésta haya sido la única causa por la que se desestimó ese tratamiento; pero seguramente algo ha podido influir.

¿NOS QUEDAMOS SÓLO CON ESO?

Por supuesto que no. Hay muchas cosas que analizar y sobre la cuales hay que actuar. En primer lugar, el tipo de sociedades en las que estos fenómenos se está evidenciando (Japón, Italia, EE.UU.) difieren mucho de la nuestra y el resto de nuestra región en lo referente a lo cultural y a la desigualdad socioeconómica; estos factores pueden influir a favor y en contra de las proyecciones hechas. Además, existen otros índices de riesgo para tener en cuenta: las adicciones (por aumento de consumo o deprivación), el abuso sexual intrafamiliar, la falta de contención profesional presencial, dificultades para acceder a la medicación, la violencia de género y el distanciamiento con pares son algunas de las circunstancias que se ven agravadas durante el Aislamiento Social y que se están desencadenando en Violencia Familiar, Violencia Urbana y Feminicidio. El suicidio, entonces, también podría verse incrementado.

No podemos quedarnos en un simple contexto biologicista, pero sí debemos tenerlo en cuenta para incluirlo en la prevención. Las tasas de mortalidad en fase aguda de la enfermedad están disminuyendo, pero están surgiendo evidencias de complicaciones a mediano plazo como ser la trombosis y esta depresión que puede agravarse en personas ya predispuestas o con contextos sociales y familiares desfavorables.

Las proyecciones sobre el final del distanciamiento social son, actualmente, desalentadoras en todo el Mundo. Esto debe hacernos reflexionar como profesionales y como sociedad; y pedir que se diseñen e implementen políticas preventivas.

POR GUILLERMO ALBERTO BALTAR
Médico
MN: 89.835 MP: 111.058
Médico en el SAME GIE (SIES) VIII
Médico de Cabecera de PAMI
Docente y Capacitor en Seguridad e Higiene